Los reflejos del alma

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Aquella mañana de sábado, el señor Loud se despertó desde temprano para beber una taza de café. Ninguna de sus hijas estaba despierta y Lincoln se había quedado con Ronnie Anne; tener hijos era una cosa, pero los sucesos de los últimos meses jamás los hubiera podido imaginar.

«Tendrás un hijo» recordó a su abuela Harriet «Pero no te diré hasta cuando»

Los dones de aquella mujer le permitían jugar buenas bromas en ciertas ocasiones, lo cual le confería un aspecto muy agradable. En aquella ocasión le dijo que tendría un hijo varón, pero no hasta cuándo. Muy hábil, la anciana.

Él hubiera querido tener ese don, pero después se enteró de cosas muy turbias. La historia de Harriet Loud había sido amarga en su mayoría. Apartada de los demás, cargando con voces y sueños que le conferían una habilidad que ella no había pedido; víctima de una maldición que carcomió su espíritu hasta el final, cuando era una anciana. Solo cuando le quedaban pocos años de vida pudo descansar.

Por su parte, el gran parecido de Lucy con ella lo dejó encantado, pues adoraba a esa mujer. Sin embargo, jamás imaginó lo que sucedería en los años siguientes. Sí, en algunas ocasiones Lucy podía saber cosas que ellos no; desde días lluviosos, hasta las fechas de muerte de las mascotas de Lana, pero eran casos muy aislados, es decir, ¿cómo prestarle atención? Eran detalles tan insignificantes que en lugar de un don parecían una bonita casualidad. Antes de dar el último sorbo, sucedió una cosa que lo sorprendió.

—Buenos días, papá —se escuchó a sus espaldas.

Esta vez no lo dio a notar, pero la presencia de Lucy lo asustó. La pequeña gótica traía puesta su larga bufanda, un gorro y su abrigo negro. Toda ella parecía una sombra por tantos atuendos oscuros cubriéndola.

—Buen día, hija, ¿quieres tomar algo?

—No, no tengo muchas ganas —ella bostezó con cansancio—. Hay que regresar temprano, es mejor si nos vamos ya. Quiero ver la antigua casa de la abuela Harriet.

Lynn sonrió, sabiendo cuánto admiraba Lucy a la abuela Harriet, casi tanto como él; si de algo estaba seguro es que ella sería la consentida de la abuela, y le gustó pensarlo. Hubiera sido genial que su título de "Favorito de la abuela" se lo arrebatara su propia hija. Así pues, sin mucho más que hacer, tomaron las llaves de la camioneta y salieron de la casa; dejó que Lucy pusiera música y sonrió encantado al escuchar las baladas de rock que ella tenía guardadas en la memoria de su celular.

—Hija, tengo que pedirte un favor —dijo Lynn.

—No le diré a nadie —respondió ella—. Sé que lo mantienes en secreto, descuida. Mi boca es una tumba, papá.

El hecho de que Lucy supiera le dio bastante mala espina, pero no dijo nada. Poco a poco los edificios de Royal Woods fueron quedando atrás; aprovecharon que aquel sábado no había tanto tráfico. De vez en cuando, Lynn le daba un sorbo a su taza de café y en muchas ocasiones le preguntó a Lucy si ella no quería algo, pero ella seguía denegando. Para cuando se adentraron en los valles, Lucy le bajó el volumen a la música y abrió el vidrio de su ventana con permiso de su papá.

— ¿La abuela Harriet era una bruja? —preguntó con algo de emoción en su voz.

— ¿Eh? No, claro que no —contestó entre risas—. Bueno, sí tenía gustos excéntricos, pero no, no era ninguna bruja. Más bien, era como una curandera.

— ¡Fantástico! —volvió a decir ella, esta vez con una media sonrisa en la cara— ¿Ayudaba a la gente? ¿Quién le enseñó? ¿Tú sabes algo?

—Oye, oye, tranquila —le dijo Lynn, pacientemente—. Sí, sé muchas cosas de tu abuela Harriet, y la verdad no pensé que te interesara tanto su vida. Normalmente, a tus hermanos les hubiera dado igual si les cuento o no.

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