El vacío

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Los hombres de ciencia sospechan algo sobre ese mundo, pero lo ignoran casi todo. Los sabios interpretan los sueños, y los Dioses se ríen.

–Hypnos.

16

Puertas abiertas

Charlie entró a su oficina mientras seguía hojeando la carpeta de su empleado menos favorito, Thomas Allen Sharp, "Tom" para los amigos. Bobby, el chico trabajador que estaba quejándose de él encajaba en el perfil de lo que muchos jefes buscan, pero nunca se atreven a decir: energía.

Durante sus más de 20 años de servicio había trabajado con una gama variopinta de gente; desde hombres que tenían deudas con el banco o con la mafia, hasta mujeres que buscaban el sustento de su familia después de que su marido hubiera muerto. Racistas los había por todos lados en Estados Unidos, un país construido por los negros y dominado por los chinos. La gran ironía de la tierra de las oportunidades. Y mientras todos criticaban a los inmigrantes por "quitar" puestos de trabajo, nunca se fijaban en el hombre trajeado que los despedía a ellos y contrataba a "los mojados", porque eran mano de obra barata.

—Carl, dile a Tom Sharp que venga a mi oficina, por favor —indicó al guardia por medio del radio en su escritorio.

—A la orden, jefe —escuchó la voz del hombre.

Tom Sharp no era su empleado favorito no solo por los insultos racistas a Bobby, sino que era una pérdida de dinero. Un tipo que se presentaba a trabajar, medio día estaba haciendo el idiota por ahí, y medio día lo ocupaba en tareas sencillas. Aun así, prescindir de un empleado nunca le sabía bien, por muy malo que fuera. Y eso que los había tenido peores.

— ¿Me llamó, jefe? —preguntó el hombre, quitándose el casco.

Charlie vio que el sudor le resbalaba por la frente, como en una calurosa tarde de verano, aunque quizá se debía a su grueso abrigo de pana debajo del chaleco reflectante.

—Siéntate, Tom, quiero hablar contigo.

El hombre se peinó su ligera cabellera rubia hacia atrás, llevándose consigo el sudor. Charlie agradecía que no le diera la mano para estrecharla, hubiera sido asqueroso.

— ¿Qué pasa?

—Nada bueno, y de eso quiero hablar —Charlie cerró la carpeta y la puso en el escritorio frente a él, quien deslizó un amargo trago de saliva por su garganta—. Escucha, me enteré de que te refieres de forma muy despectiva a algunos empleados en la construcción, ¿es cierto?

Tom se mostró sorprendido, agachó la mirada como un perro regañado y se llevó el casco al pecho, luciendo como una mujer chismosa a quien desmienten.

—No, señor, jamás me he dirigido así a ninguno de mis compañeros.

—Thomas, no fue solo un empleado —Charlie agarró un montón de papeles del cajón de su escritorio—. Estás consciente de que no solo tenemos a un empleado hispano en esta construcción, no puedo darme el lujo de que se vayan. Hay contratos que se deben cumplir, plazos que se deben respetar y gente a la cual no quiero defraudar. Ahora dime, ¿estas acusaciones son correctas?

Por supuesto, Bobby no era el único empleado hispano, pero sí el único que se había atrevido a quejarse. Los papeles eran un farol, un gran engaño, que junto a su bajo desempeño –cosa fidedigna– eran la perfecta excusa para mandarlo al diablo. Finalmente, Tom se mordió el labio y dejando atrás su aspecto de perro regañado, empezó a hablar.

—Nunca fueron insultos como tal —decía con su media sonrisa cínica—. Eran bromillas, para hacer más llevadero el trabajo, no pensé que fueran a quejarse. Usted sabe cómo es el ambiente laboral, somos adultos.

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