El regalo de la superstición

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El regalo de la superstición

Lucy no quería abrir los ojos, pero sentía las manos de Lincoln en su espalda baja y podía escuchar los latidos de su corazón, parecidos a un redoble tranquilo que la invitaban a seguir durmiendo; abrió los ojos sin querer hacerlo, lento, esperando que la luz del sol no le lastimara tanto la vista, mas no sucedió. La alarma todavía no sonaba, la oscuridad en la habitación de Lincoln reinaba casi por completo. Al subir la mirada se encontró con Lincoln, quien estaba dormido todavía; roncaba de forma muy leve y el cabello le caía por la frente. Por unos segundos, Lucy percibió destellos sobre su cabeza, como diminutas estrellas entre la niebla. Lincoln la tenía atrapada contra sí, pero no le incomodaba. Se sentía protegida de todo. La sensación de tranquilidad de aquella noche en el jardín regresó, dejándole una exuberante calidez en el pecho.

Levantó sus manos con mucho cuidado de no despertarlo para abrazarlo por la espalda baja. Una risa se ahogó al borde de sus labios, pues le pareció muy gracioso que Lincoln no llevara camisa, pero sí el pantalón del pijama, mientras ella vestía la frondosa camisa de SMOOCH que él le había regalado y tenía sus piernas desnudas. De un movimiento rápido le besó el pecho con delicadeza, procurando hacerlo pocos segundos; no se trataba de algo apropiado, sin embargo, lo ignoró para centrarse en el silencio que siempre había sido un gran escudo para las voces, sus sensaciones, todo lo que convertía su mente en un infierno. Pegó su cabeza al pecho de Lincoln, acabando con la poca distancia entre ambos.

Los segundos antes de despertar e iniciar con su rutina siempre habían sido sus favoritos en todo su ciclo de sueño. Se trataba de una delgada línea que dividía las fantasías de la vida real. Le gustaba estar en medio porque allí siempre estaba el silencio que tanto anhelaba al anochecer. Volvió a cerrar los ojos, queriendo dormir de nuevo. Como siempre, Lincoln estaba con ella cuando nadie más lo estaba. No obstante, quizás se estaba volviendo demasiado dependiente.

Cavilando en cada escenario de su mente, recordó que Lincoln jamás se oponía a dormir juntos, pues siempre estaba dispuesto a ser su guardián todas las noches. Una nueva risa murió en su boca mientras imaginaba a Lincoln vestido de Ace Savvy peleando contra las criaturas de sus pesadillas. Él se había convertido en su héroe desde aquella noche en el jardín. La luz del sol por fin iluminaba toda la habitación, los destellos en el cabello de su hermano habían desaparecido, la alarma sonaría en unos cuantos minutos. Un nuevo día de escuela, otro día de mentiras. Al menos, las vacaciones de invierno estaban a la vuelta de la esquina.

Luego de diez minutos, el despertador abrumó el ambiente tan cálido que se había formado y Lincoln despertó. Él, notando que Lucy estaba "dormida", no quiso despertarla. Jamás se atrevería a romper su burbuja de tranquilidad. Ninguno se había dado cuenta del fingir del otro, siguieron abrazados hasta que sus hermanas empezaron a alistarse para la escuela, bajando a desayunar, peleando por alguno de los primeros turnos para la regadera y preguntando a gritos dónde habían dejado sus cosas la noche anterior. Viendo que ya no quedaba ninguna excusa, ambos dejaron de fingir y se sentaron al pie de la cama, mirando sus manos sujetadas por el meñique.

—Buenos días, pequeña —saludó Linc en un susurro.

—Buen día, Linky —contestó ella.

Todavía tenían un poco de pudor, el mismo del cual buscaban deshacerse lo antes posible. Se besaron rápidamente en los labios, luego se levantaron sin particular atención en los ruidos de su casa. Lucy no se daba cuenta de que Lincoln la observaba mientras buscaba algo de ropa en su mueble; las piernas de Lucy le llamaron bastante la atención. Ya no podía apartar la mirada de ella, su exquisita figura le atraía demasiado, en especial esa sexy curvatura en su cintura. No cabía duda de que su hermanita era hermosa.

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