El vacío

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Esa noche durmieron abrazados, no mucho, pero sí lo suficiente para no parecer zombis a la mañana siguiente, aunque a Lucy ni siquiera se le hubiera notado. Al abrir los ojos, la chica gótica vislumbró algo entre sueños, algo desvaneciéndose en la habitación que al momento de notarlo cubrió todo con una extraña niebla, o al menos eso le parecía. Levantándose de la cama y tallándose los ojos luchaba por quitarse esa sensación, pero el ambiente parecía neblinoso, como si algo estuviera estorbándole en sus ojos. Lincoln por su parte estaba teniendo problemas para abrirlos y se tallaba con fuerza, tanto que los párpados se le pusieron rojos.

— ¿Estás bien? —Lucy le puso una mano en el cabello, tranquilizándose al sentir la suavidad de los mechones blancos de su hermano.

—Siento que me hubieran echado arena en los ojos, agh —se quejaba el peliblanco.

A Lincoln se le salieron las lágrimas por el malestar y mientras luchaba por quitarse una arena que no le habían arrojado, Lucy se asomó a la ventana para sorprenderse de la blancura invernal del vecindario. Esto la tranquilizaba sin duda, pero el ambiente neblinoso que ella captaba seguía molestándole porque sabía que no estaba ahí, que no era real. En el escritorio de Lincoln estaba abierto de par en par el libro de Harriet junto con la linterna de Lily. Por el breve segundo que lo vio, un terrible asco le agrió la boca.

Cuando Lincoln pudo quitarse el malestar de los ojos rápidamente buscó a Lucy con la mirada y se quedaron viendo en silencio. Abajo se escuchaba el sonido de su familia almorzando; la televisión encendida y el choque de los cubiertos con el plato junto con el aroma del café recién hecho les hizo gruñir el estómago. Una sensación tan común como escuchar el rugir de su estómago los hizo tranquilizarse luego de lo que leyeron apenas hace unas horas.

— ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Lincoln.

—No lo sé, lo siento.

Al escuchar la voz tan endeble de su hermana el corazón de Lincoln se contrajo con angustia. No demoró mucho en salir de la cama para abrazarla y ella correspondió sin dudarlo, poco tardaron entonces para besarse con los ojos cerrados, buscando huir del miedo, buscando consuelo y respuesta a la incertidumbre que fue plantada en ellos por unas palabras escritas en páginas amarillentas hace muchos años. Sin embargo, la calidez que cubría sus corazones al besarse poco a poco resultaba insuficiente, su mente estaba pidiéndoles más, como una droga exigiendo más a sus cuerpos. Supieron que ya poco les importaba, a pesar de su conversación la noche anterior, cuando golpearon a la puerta y no se separaron, sino que se besaron con más ímpetu.

—Lincoln, Lucy, vengan a almorzar, flojos —se escuchó la alegre voz de Luan al otro lado de la puerta.

También, con muy poco pudor, Lincoln se puso un pantalón y se sorprendió al saber que durmieron abrazados y él en bóxer, pero ninguna erección apareció como la otra noche, igual que todas las mañanas. Vaya, que su cuerpo estaba tan cansado y su mente tan ida que ni siquiera fue posible, aunque en parte lo alegró.

—Anoche, antes de dormir, pensé que quizá pudiéramos intentarlo.

Esto volvió a hacer que Lincoln temblara igual que hace unas horas.

—No creo que sea buena idea —dijo él.

—Yo igual, pero me intriga saber qué es lo que ocurre —confesó Lucy agarrando el libro del escritorio—. O sea, puede ser bueno o malo, pero a estas alturas no creo que importe lo suficiente, además dice que con las palabras puedo controlar el sueño a voluntad.

—No tenemos lo demás, Lucy, y para ser sincero no creo que eso sea del todo malo. Si la misma abuela Harriet dejó esa instrucción para ti, debe ser porque va más allá de todo lo que puedes hacer. De lo que ella misma pudo hacer. No te olvides que ella tenía la habilidad mucho más desarrollada que tú y de todos modos fue demasiado.

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