Llegue después de un día que se me había hecho interminable en clase. Decidí bajar al pequeño gimnasio que hay debajo de la casa, y ponerme a practicar para las clases de gimnasia las posturas de yoga. No soy famosa por mi gran flexibilidad, por lo que debía practicar mucho.
Me coloco las lonas, me quito las zapatillas y empiezo a calentar mi cuerpo. Siento presión por el cuello y espalda, por lo que hago suaves movimientos que hacen que crujan a su paso, y con ello calmando los dolores que sentía. Cuando sentí mi cuerpo más calmado fue cuando me coloqué recta, en posición para poder hacer mi primer movimiento. Pero no conseguía calmarme...
- ¿A quién voy a mentir? Me falta música. -me dije con algo de enfado.
Me levanté y me acerque al equipo de música, conecte mí teléfono y puse una canción de fondo, lenta y relajada, para crear mejor ambiente. Volví a colocarme en posición y empecé a practicar la respiración. Aspirar y expirar. Aspirar y expirar. Alcé los brazos posicionándolo sobre mi cabeza, para luego bajar mi espalda, recta, con la intención de llegar a poner mi cabeza cerca de mis muslos, y las manos apoyadas en el suelo.
Me dejo influir con la suave melodía, hasta el punto de centrarme solo en escuchar. Me mecí lentamente, para cambiar mi postura a la inicial –postura de montaña-, inspiré suficiente aire y volví a agacharme lo suficiente para apoyar mis manos en el suelo. Expulsé el aire lentamente, para volver a cargar mis pulmones. Incline mis piernas hacia atrás, quedando en posición del perro boca abajo o la pirámide. Volví a expulsar el aire retenido, para una vez volver a cargar mis pulmones, inclinar mi espalda hacia abajo, estirar mis piernas y alzar mi espalda, realizando la postura del perro boca arriba.
Un ruido fuera de la canción fue lo que me alteró, me dejé caer en la colchoneta de la sorpresa y me giré hacía dónde provino aquel ruido. Le descubrí mirándome boquiabierto, con una mochila de deporte a su lado, en el suelo. Seguramente fue la causante del ruido.
- ¿Cuánto tiempo llevas ahí? –pregunte con mí voz casi afónica por el esfuerzo.
Su cuerpo estaba aún húmedo por la ducha que seguramente se habría dado en el gimnasio, su cuerpo vestía con un pantalón de chándal, que no es que le marcara, pero le favorecía, junto a esa camisa algo pegada, marcando su tonificado cuerpo. De algún modo, la idea de que llevaba tiempo mirándome en silencio, me excito, y me hizo pensar en que, si lo hubiera sabido, le hubiera provocado de alguna forma, pero no, no era así. Ni siquiera sabía que había llegado. Pero la idea, me provocaba, mucho, si he de ser sincera.
Y simplemente llevaba unas mayas, un top deportivo, sin sujetador. Mi cuerpo estaba algo agitado por el aire, sudoroso por el ejercicio. Sentí calor que me ruborizaba, incluso en el pecho, y con ello supe que se me han erizado los pezones con aquella idea.
-Demasiado... -dijo con un gruñido.
Siento como me palpita bajo los pantalones...
De repente, se adentra en la sala, cerrando tras de sí. No soy capaz de controlar un gemido ahogado cuando veo que se acerca. Se inclina hacia mí, obligándome a tumbarme boca arriba, frente a él. Sus manos empiezan a acariciarme las piernas, hasta que coge una y la alza para enredarla en su cintura. No dudo en hacerlo. Se acerca a mis labios y sin darme tiempo a razonar lo que está a punto de hacer, los une. Tardo poco en corresponder al beso, pero esta vez no es tan suave como de costumbre, es carnoso, provocador, y me deja a entender que el también siente esta excitación. Su sabor dulce se entre mezcla con un toque salado. Su cuerpo desprende un enorme calor, junto a un leve temblor. Mis manos se entrelazan en su cabello. Sus manos me aprisionan contra él, entrelazándolo nuestros cuerpos con mayor presión. Cuando al fin le siento bajo su ropa, mis labios desprenden un leve gemido, tal que no soy capaz de ocultar por la sorpresa. Estaba más que excitado, estaba ardiente y lujurioso.
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Relatos eróticos
Romance¿Qué hay que describir? Su título lo deja bien claro, esto son relatos.