Capítulo 11

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Durante el camino de vuelta a la mansión de Stony Cross, Sicheng comenzó a inquietarse por el intenso dolor que sentía en el tobillo. Debía de habérselo torcido mientras jugaban el partido de rounders, aunque no recordaba el momento preciso en el que había sucedido. Con un hondo suspiro, alzó la cesta que llevaba en la mano y apresuró el paso para mantenerse junto a Taeyong, que caminaba con aire pensativo. Chenle y Mark los seguían un tanto, a la zaga, entusiasmados con la conversación que mantenían.

—¿Qué es lo que te preocupa? —le preguntó Sicheng a Taeyong en voz baja. —El conde y el señor Nakamoto... ¿Crees que le contarán a alguien que nos han visto esta tarde? La historia dejaría nuestra reputación por los suelos.

—No creo que Jung diga nada —contestó Sicheng tras meditar un instante—. Me resultó bastante convincente cuando hizo el comentario sobre la amnesia. Además, no parece un hombre dado al cotilleo.

—¿Y el señor Nakamoto? Sicheng frunció el ceño.. —No lo sé. No se me ha pasado por alto el hecho de que no prometiera guardar silencio. Supongo que mantendrá la boca cerrada si cree que puede obtener algo a cambio.

—En ese caso, deberás ser tú el que se lo pida. En cuanto veas al señor Nakamoto esta noche en el baile, debes acercarte y conseguir que prometa no contarle a nadie los detalles de nuestro partido de rounders.

Al recordar el baile que tendría lugar en la mansión esa misma noche, Sicheng gimió para sus adentros. Estaba casi seguro —no, completamente seguro— de que no sería capaz de enfrentarse a Nakamoto después de lo que había sucedido un rato antes. Sin embargo, Taeyong tenía razón: no podían asumir sin más que el hombre iba a guardar silencio. Tendría que tratar el tema con él, por poco que le agradara la perspectiva.

—Y ¿por qué yo? —preguntó, aunque conocía la respuesta. —Porque le gustas a Nakamoto. Todo el mundo lo sabe. Se mostrará mucho más dispuesto a hacer algo que tú le pidas.

—Pero no la hará sin recibir algo a cambio —murmuró Sicheng, que sintió que el dolor pulsante del tobillo empeoraba por momentos—. ¿ Y si me hace alguna proposición de mal gusto?

A la pregunta siguió una pausa larga, tras la cual Taeyong contestó: —Debes ofrecerle algún premio de consolación. —¿Qué tipo de premio de consolación? —inquirió Sicheng con suspicacia. —Bueno, permítele que te bese si así se compromete a guardar silencio. Atónito al descubrir que Taeyong era capaz de realizar semejante afirmación con tal indiferencia, jadeó antes de exclamar:

—¡Dios Bendito, Taeyong! ¡No puedo hacer eso! —¿Por qué no? Ya has besado a algún hombre antes, ¿no? —Sí, pero... —Todos los labios son iguales. Sólo tienes que asegurarte de que nadie los ve y hacerlo con rapidez. De ese modo, el señor Nakamoto quedará satisfecho y nuestro secreto estará a salvo.

Sicheng meneó la cabeza al tiempo que soltaba una carcajada ahogada y su corazón comenzaba a desbocarse ante la idea. No podía evitar recordar ese beso secreto que habían tenido lugar tanto tiempo atrás, en el diorama; esos segundos de devastadora conmoción sensual que lo dejaron estremecido y sin habla.

—Solo tendrás que dejarle muy claro que lo único que obtendrá de ti será un beso —prosiguió Taeyong—, y asegurarle que no volverá a suceder nunca.

—Perdóname si pongo tu plan en entredicho, pero... apesta como el pescado al sol. ¡No todos los labios son iguales, y mucho menos si da la casualidad de que van unidos a Nakamoto Yuta! Además, nunca se dará por satisfecho con algo tan insignificante como un beso y no podría ofrecerle nada más.

—¿De verdad te parece tan repulsivo el señor Nakamoto?— preguntó Taeyong sin darle la mayor importancia—. En realidad, no es desagradable. Yo incluso diría que es guapo.

Verano (Yuwin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora