Nakamoto Yuta había aprendido a una edad temprana que, dado que el destino no lo había bendecido con sangre azul ni con riquezas ni con algún don extraordinario, tendría que labrarse su propia fortuna en un mundo que, a menudo, resultaba ser poco caritativo. Era diez veces más combativo y ambicioso que un hombre normal y corriente. A la gente le solía resultar más fácil permitir que se saliera con la suya que enfrentarse a él. Si bien era una persona dominante, tal vez incluso implacable, su sueño no se veía perturbado por ninguna crisis de conciencia. La ley de la naturaleza dictaba la supervivencia de los más fuertes y, en cuanto a los más débiles, era mejor que corrieran a esconderse.
Su padre había sido carnicero y había conseguido sacar adelante a una familia de seis miembros; Yuta había trabajado como su ayudante desde que tuvo la edad suficiente para blandir la pesada hacha de la carnicería. Esos años de trabajo en la tienda de su padre lo habían dotado de los brazos musculosos y los fornidos hombros de un carnicero. Su familia siempre había esperado que él continuara con el negocio, pero cuando cumplió los veintiún años, Yuta había desilusionado a su padre al abandonar la tienda para abrirse camino de un modo diferente. Tras invertir sus pequeños ahorros, se dio cuenta de que acababa de descubrir su verdadero talento en la vida: hacer dinero.
Yuta adoraba el lenguaje de la economía, los factores de riesgo, la interacción del mercado con la industria y la política..., y no tardó en percatarse de que, en un corto espacio de tiempo, la creciente red de ferrocarril británica proporcionaría los ingresos básicos que aseguraría la eficiencia de la actividad bancaria. Los envíos de dinero en metálico y de las acciones, así como la creación de oportunidades de inversión a corto plazo, dependerian en gran medida del buen funcionamiento del ferrocarril. Yuta siguió sus instintos e invirtió hasta el último chelín en acciones ferroviarias; poco después, fue recompensado con unos enormes beneficios que re invirtió en un diversificado abanico de intereses. En esos momentos, con treinta y tres años de edad, poseía el control de tres fábricas diferentes, de una fundición de más de dos hectáreas de superficie y de un astillero. Era invitado —si bien de mala gana— a los bailes de la aristocracia y se codeaba con los pares del reino en las juntas directivas de seis compañías.
Tras años de incesante trabajo, había conseguido casi todo lo que se había propuesto. No obstante, si alguien le hubiera preguntado si era un hombre feliz, no habría tenido más remedio que resoplar en respuesta. La felicidad, ese efímero resultado del éxito, era una señal segura de la autocomplacencia. Y, por naturaleza, Yuta jamás podría ser autocomplaciente, como tampoco se daría nunca por satisfecho; ni quería llegar a estarlo.
De todos modos... en el rincón más oculto y profundo de su desatendido corazón, había un deseo que Yuta parecía incapaz de sofocar.
Se aventuró a lanzar una mirada encubierta al otro lado del salón de baile y, como era habitual, sintió la punzada dolorosa y peculiar que lo asaltaba cada vez que descubría la presencia de Dong Sicheng. A pesar de las muchas mujeres y jóvenes disponibles —y había un buen número de ellos—, ninguno había logrado acaparar su atención de un modo tan efectivo y excluyente. El atractivo de Sicheng iba más allá de la mera belleza física, aunque bien sabía Dios que había sido bendecido con, un injusto exceso en ese aspecto. Si hubiera una pizca de poesía en el alma de Yuta, podría haber compuesto docenas de versos arrebatadores que describieran, sus encantos, No obstante, era plebeyo hasta la médula de los huesos y le resultaba del todo imposible encontrar las palabras precisas para plasmar la atracción que el muchacho ejercía sobre él. Lo único que sabía era que la visión de Sicheng a la vacilante luz de las velas conseguía aflojarle las rodillas.
Yuta nunca había olvidado la primera vez que lo había visto, de pie en la entrada del diorama, rebuscando en su monedero mientras fruncía el ceño. El sol arrancaba destellos de oro y champán a su cabello castaño claro y lograba que su piel resplandeciera. Había visto en él algo tan delicioso... tan tangible... Tal vez se tratara del aspecto aterciopelado de su piel junto con esos ojos marrones, sumados al ceño ligeramente fruncido que él había deseado aliviar.

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Verano (Yuwin)
Fanfiction"Un chico decidido a contraer matrimonio podía superar cualquier obstáculo, salvo la ausencia de un dote." Entra para conocer más UwU