Verano (Yuwin)

Capítulo 22

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Tal y como había prometido, Yuta se comporta como un marido generoso y pago por una extravagante cantidad de trajes y complementos franceses que serían enviados a Londres una vez que estuvieran acabados. Cuando una tarde llevó a Sicheng a una joyería y le dijo que pidiera lo que se le antojará, este sólo atino a menear la cabeza, incapaz de decidirse entre el despliegue de diamantes, zafiros y esmeraldas expuestos sobre un lecho de terciopelo negro. Tras años de llevar joyas falsas y trajes a los que había dado varias veces la vuelta, le costaba bastante deshacerse de los hábitos ahorrativos

—¿No hay nada que te guste?— lo animó Yuta al tiempo que levantaba un collar de diamantes blancos y amarillos, engarzados a modo de guirnalda de florecillas. Lo sostuvo contra su garganta desnuda, admirando el brillo de los diamantes contra su piel inmaculada- ¿Qué te parece este?

—Tenemos los pendientes a juego —se apresuró a comentar el joyero— et aussi un brazalete que sería el complemento perfecto para esa pieza.

—Es precioso— replicó Sicheng— Lo que pasa es que... Bueno, me parece extraño entrar en una tienda y comprar un collar con la misma despreocupación con la que se compra una caja de caramelos.

Un poco sorprendido por su timidez, Yuta lo miró con detenimiento mientras el joyero se retiraba con discreción a la trastienda. Con mucho cuidado, Yuta devolvió el collar a su cuna de terciopelo y tomó a su esposo de la mano para acariciarle el dorso de los dedos.
—Qué te pasa, cariño? Hay más joyeros, si lo que ves aquí no es de tu agrado.

—No, no es eso. Supongo que estoy tan acostumbrado a no comprar cosas, que ahora me resulta difícil aceptar el hecho de que puedo hacerlo.

—Estoy más que seguro de que no te costará mucho solventar ese problema— replicó Yuta con sequedad —Entretanto, estoy hartó de verte con esas joyas falsas. Si no eres capaz de elegir algo deja que yo lo haga por ti. — Procedió a elegir dos pares de pendientes de diamantes, el collar que antes había sostenido, un brazalete, dos largas hileras de perlas y un anillo con un diamante de cinco quilates en forma de pera.

Desconcertado por semejante despliegue de extravagancia, Sicheng protestó con vehemencia hasta que Yuta se echó a reír y le dijo que cuanto más protestará, más pensaba comprar. Eso hizo que cerrara la boca de inmediato y observará con ojos desorbitados como compraba las joyas, que acabaron depositadas en un cofre de caoba forrado de terciopelo y con una pequeña asa en la tapa. Todo excepto el anillo, ya que Yuta lo deslizó en su dedo para comprobar que le quedaba demasiado grande, antes de devolverlo al joyero.

—¿Qué pasa con mi anillo? —preguntó Sicheng, que aferraba el cofre de caoba con ambas manos mientras se marchan de la tienda— ¿Vamos a dejarlo ahí?

Divertido, Yuta arqueó una ceja y miró a Sicheng de soslayo.

—Va a ajustar el anillo y luego lo enviará al hotel.

—¿Y si se pierde?

—¿Y que ha pasado con tus protestas? En la tienda te comportabas como si no lo quisieras.

—Claro, pero resulta que ahora es mío — replicó preocupado, lo que provocó que Yuta se deshiciera en carcajadas.

Para su alivio, el anillo fue entregado en el hotel sin más contratiempos aquella misma tarde, dentro de una cajita forrada de terciopelo. Mientras Yuta le daba una moneda al hombre que lo había llevado, Sicheng salió del baño a toda prisa, se secó y se puso una bata blanca. Tras cerrar la puerta, Yuta se dio la vuelta y se encontró a su esposo justo detrás de él, con el rostro iluminado por la misma anticipación que sentiría un niño la mañana de Navidad. No pudo evitar sonreír ante su expresión, ya que se daba cuenta de que todos sus esfuerzos por comportarse como un señorito se desvanecían arrastrados por el entusiasmo. El anillo resplandeció entre destellos cuando Yuta lo sacó de la caja. Acto seguido, cogió la mano de Sicheng y deslizó el anillo en el dedo anular, junto al sencillo aro de oro que le pusiera el día de su boda.