O12. Grizz |Mejores amigos|(1)

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*Grizz*

Ya era viernes por la tarde. Hacía unos minutos habíamos salido del colegio y yo me encontraba en la puerta principal del mismo, esperando a que ella saliera. Apreté mis libros contra mi pecho con fuerza al verla salir. Iba riendo junto a Campbell, su nuevo interés amoroso.

Observé con un gran dolor cómo ella le daba un beso antes de dirigirse hasta mí, apresándome en sus brazos.

— ¡Visser! —exclamó, con su usual entusiasmo.

— ¿Qué clase de locura tienes en mente ahora, capitana? —pregunté, sabiendo que una loca propuesta estaba por salir de su cabeza a través de boca.

En su rostro se posó la sonrisa más grande que he visto en mi vida. Lo siguiente que sentí fue su mano tomar la mía, obligándome a correr junto a ella. Llegamos a mi auto y, sin esperar permiso, abrió la puerta del copiloto y se adentró en él.

— ¿Qué esperas, Grizzie? —dice, golpeando el asiento del piloto.

Solté una pequeña risa e ingresé al auto. Me hacía muy feliz verla tan entusiasmada.

— Como hoy fue nuestro último día, quiero que hagamos algo totalmente alocado —comienza a hablar, mirándome fijamente—. Vamos a vandalizar la torre de agua.

— Estás loca —susurré, encendiendo el auto.

— ¿Es más loco el que piensa la locura o el que lo sigue?

— Te sigo porque eres mi mejor amiga y no quiero que termines en la comisaría... de nuevo.

— Y porque me amas.

— Más de lo que debería —al escuchar eso, ella sonrió con suficiencia, sin tener una puta idea a lo que me refería.

Somos mejores amigos desde que tengo uso de memoria, y también estoy enamorado de ella desde ese punto. Había algo en ella que hacía que no me aburriera. Tal vez eran los miles de aventuras a las que nos enfrentábamos día a día, haciendo de mi vida una gran máquina de segregar adrenalina. También podía ser su personalidad alocada, que me arrastraba hasta lo más profundo de su alma y no me dejaba salir en ningún momento.

Era sin duda cautivante. Su buen gusto por la música era genial y lo transmitía cada vez que podía. Se secreto amor por los libros era algo que solo yo sabía, lo que me hacía sentir especial.

Sus mayores secretos estaban guardados en mi cabeza, empleándome como su gran diario íntimo. No me quejaba, ya que siempre había sido de esa manera para ambos lados.

— Primero debemos ir a mi casa —escucho su voz, la cual me saca de mis pensamientos—. Necesito recoger dinero para comprar el aerosol. Lo último que tenía se lo di al idiota de mi hermano, que no hizo otra cosa que dibujar un pene en el auto de su profesora.

Reí al escuchar su tono volverse cada vez más duro a medida que iba hablando.

Estacioné mi auto a media cuadra de su casa, según lo establecían las reglas.
Teníamos algunos temas un poco controlados, como yo acercándome a su casa.

Ella nunca tuvo una buena relación con sus padres. Con el único miembro de su familia con el que se llevaba bien era su hermano, el cual era dos años menor que nosotros.

Nunca quiso hablar mucho del tema, solamente dejó claro que a su padre no le agradaba mucho verla junto a chicos, mucho menos que la llevaran a su casa. Sonaba como un hombre muy sobreprotector, al conocí cuando apenas tenía 7 años. En ese momento parecía alguien normal, hasta que mi relación con ella se hizo más fuerte y pude ver que, en realidad, no era así.

La vi subir al vehículo con una mochila negra, en la cual supuse que llevaba algunas cosas para ayudar a vandalizar la torre de agua.

— ¿Ahora? —pregunté, al no escuchar indicación alguna de su parte.

— Y ahora, vamos a comprar mucho alcohol y aerosol. Creo que necesitaremos mucho del primero.

Yo no solía tomar, pero estar con ella sacaba mi lado "salvaje", el cual estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que ella propusiera. Obviamente, todavía no me ha propuesto estar juntos, cosa que no creo que llegue a pasar.

Pasamos el resto de la tarde buscando lugares en donde nos vendieran alcohol. Al ser menores la situación se complicaba un poco.

Al caer la noche, ya nos encontrábamos frente a la torre de agua, aún sin salir del auto.

— Debo cambiarme —dice, tomando su mochila y mirándome.

— ¿Qué?

— Que debo cambiarme, Grizz —repite, riendo ante mi confusión—. Tápate los ojos o si quieres mira, no me interesa.

Veo cómo saca toda ropa negra de su mochila y la esparce en el asiento. Quiero evitar mirar, pero no puedo apartar mis ojos cuando comienza a sacarse su remera, dejando a la vista sus pechos cubiertos por el molesto sostén.

Siento mis mejillas arder cuando su mirada se posa en mí, sonriendo burlona. Miro hacia mi costado, evitando sus ojos a toda costa. No puedo ser tan obvio y que, sin embargo, ella no se dé cuenta de todo lo que siento.

— Listo —la escucho decir, muy cerca de mi oreja—. ¿Me ayudas?

Con un nervioso asentimiento de cabeza, tomo unas latas de aerosol, mientras que ella baja los packs de cerveza.

Logramos subir con un poco de dificultad. Siempre íbamos a la torre de agua, ya sea a pasar el rato o compartir la mercancía* nueva, pero nunca habíamos subido tan cargados como ahora.

— Entremos en calor —dijo, abriendo una lata de cerveza y lanzándome otra.

— ¿Trajiste la verde? —pregunté, sentándome a su lado y apoyando mis brazos en las barandas.

— No pude. Papá estaba en la sala y la tenía escondida debajo del sillón. Me había olvidado de cambiarla de lugar —rió, supongo que de su propia torpeza—. ¿Qué hay de la tuya?

— Se la comió mi perro —respondí, arrugando un poco la nariz.

De sus labios escuché la salir una gran carcajada, quizá la más sincera que ha largado en su vida.

— Y después yo soy la despistada —dijo entre risas, empujándome con su hombro derecho.

Me estremecí ante su toque y la miré a los ojos. Se veía más hermosa ante la luz de la luna. Nos quedamos unos segundos en silencio, hasta que lo rompió con la excusa de que los policías podían llegar en cualquier momento y que "la torre no se iba a pintar sola".

Tomé la primera lata de aerosol que encontré y comencé a pintar. No sabía muy bien qué estaba haciendo. Al no estar acostumbrado a beber constantemente, el alcohol hacía un efecto rápido en mí. Según ella, soy un "flojito".

— Tenías que dibujar una hoja de marihuana o un pene, no la Mona Lisa —susurra ella, mirándome con asombro.

Miro lo que ella estaba pintando y reconozco el famoso logo de una banda de rock, el cual no es muy educativo que digamos.

— No me juzgues, DaVinci —me golpea en el brazo más próximo a ella, provocando que riera.

Una vez que terminamos de pintar, damos unos pasos atrás para poder observar nuestro arte. De un lado se encontraban varios símbolos y logos, mientras que del otro se hallaba una pintura algo elaborada y luego un montón de casas con gente de palo.

— Creo que hicimos un buen trabajo —choqué mi lata de cerveza con la suya, brindando.

— Yo también lo creo —me sonrió, apoyando su cabeza en mi hombro.

Ese era el momento perfecto para decirle lo que sentía... cuánto la amaba, lo mucho que quería que ella me correspondiera, cómo nos veía compartiendo una vida juntos, teniendo hijos, envejeciendo juntos, siempre uno al lado del otro. Mas en cuanto abrí la boca para hablar, lo único que se pudo escuchar fue el sonido de una sirena.

Ambos nos giramos con las manos en alto al ser apuntados con una fuerte luz y al escuchar la voz del oficial de policía. Mierda.



*Marihuana.

The Society |One Shots|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora