09. Me encantaban sus besos, no ella.

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Era extraño despertar y que el lugar estuviera en silencio. Sábado después de la fiesta y mi primer día sin Leigh-Anne cómo compañera. La estaba extrañando demasiado, de eso no había dudas. Tampoco pensaba quedarme todo el día hundida en la depresión, esa simplemente no era yo. Además existía una pequeña personita que dependía de mi y no pensaba fállarle.

Tenía entendido que los fines de semana la señora Edwards los pasaba con su familia, no se me requería ahí a menos que yo lo quisiera. En innumerables ocasiones Debbie me había invitado a almorzar, una invitación doble para mi e Isabella. Tuve que declinarlas cada vez por conocidos motivos.

Sin muchos ánimos me levanté de aquella cama, sabía que contaba con minutos antes de que Isabella despertara. Después de hacer mi rutina de las mañanas es que busqué algo para desayunar. Se nos acababa la comida, luego tendría que recordar ir al supermercado. Mientras tanto me limité a servir un poco de té en dos diminutas tazas. Una vez que estuvo listo finalmente me dirigí a la habitación.

Ahora que mi mejor amiga no estaba, el apartamento de dos cuartos se sentía enorme. Pensé que no valía la pena intentar hacer que Bella durmiera en el cuarto libre, ella estaba demasiado apegada a mi de todos modos. Pronto tendría que buscarle otra función a la antigua habitación de Leigh.

Con pequeños toques en el hombro es que la levanté, al igual que yo, mi niña no era una amante de las mañanas. Sin embargo la conocía lo bastante bien cómo para saber que en caso de no despertar ahora, luego no podría dormirse en la noche.
Mi hija no protestó, sino que se pegó a mi antes de murmurar algo que fingí entender. Hablaba bastante bien para la edad que tenía, claro que existían momentos cómo ahora en los que parecía inventar su propio idioma y yo debía hacerle caso.

Después de muchos mimos más tarde, me recordó que le había prometido llevarla al parque. Normalmente no aceptaría, estaba agotada después de todo lo qué pasó ayer. A pesar de mi cansancio accedí, pues me sentía culpable de haber estado ocupada durante toda la semana.

Tenía puesto un vestido rojo de tirantes, no era provocativo. De todas formas en mi cuerpo todo lucía provocativo. Lo acompañaban unos zapatos con diseños floreados, la estética era una parte importante en mi día a día. En especial desde que me había desecho por completo de las estrías que Bella había traido consigo.

Me dediqué a observar a mi pequeña niña por un tiempo. No recordaba mucho de su padre, sin embargo no hacía falta. Con sólo verla podrías saber que yo era su madre. Tenía la piel besada por el sol, ojos color miel que eran recubiertos por unas largas y onduladas pestañas. Tal vez su nariz no me pertenecía, era un poco diminuta. Sin embargo con su ondulado cabello color caramelo ya lo compensaba.

Isabella llevaba puesto un conjunto de dos piezas de color rosado, generalmente se vestía de la misma manera que yo. Pero cómo hoy asistiríamos a los juegos pensé que se divertiría un poco más usando ropa cómoda. Después de todo era una niña, en algún momento tenía que hacer cosas de niños.

El edificio se encontraba ubicado en una zona relativamente buena de la ciudad, por lo que el camino a pie no fue muy largo hasta llegar al parque St. James, que es a dónde Bella acostumbraba venir a jugar. A la menor le gustaba permanecer al aire libre y me apenaba mucho no siempre tener el tiempo para sacarla.

Sin dudar ni por un segundo la niña de cabellos castaños se dirigió a los juegos. Normalmente no venían muchas personas a este lugar, por ese motivo no me preocupaba demasiado el hecho de que estuviera caminando por si sola.

Media hora más tarde, estaba segura de que mi hija se había montado en cada atracción al menos dos veces. Por otro lado, no veía signos de fatiga en su diminuto cuerpo. Pensé que no sería malo dejarla un rato más, era cierto que ambas no salíamos hacía ya algún tiempo. Tampoco creí correcto que volviera al silencioso apartamento, no era muy divertido sin Leigh.

Mis pies tuvieron otros planes, los tacones me estaban matando. Tomé asiento en una de las bancas, se encontraba un poco lejos de dónde jugaba Bella, sin embargo aún podía ver lo que hacía de reojo.

Alguien tocó mi hombro, sorprendiéndome. Giré y me topé con una familiar cara rubia. Se encontraba usando un conjunto deportivo de su característico color negro, su cabello estaba recogido en un moño desordenado y la acompañaba una sinica sonrisa.

Miré a todos lados antes de dirigir mi atención completamente a ella, noté que estaba aquí sola. Mejor para mí, no tenía que preocuparme de que alguien descubriera a Bella.

Pensé que lo primero que haría luego de haberla arrojado a la piscina sería devolverme el favor. Pero no, lo único que hizo fue tomar asiento justo a mi lado. Demasiado cerca para mi gusto.

creo...—tomó mis brazos, obligándome a sentar sobre ella—creo que la que está loca por mi eres tú—nuestros rostros estaban a centimetros de distancia. Hacía un tiempo que encontrarnos en estas situaciones se había vuelto más que costumbre.

No dije una palabra, jamás le daría ese gusto. Sorprendentemente fue ella la que tomó la iniciativa, cosa que anteriormente no había sucedido jamás. Su mirada se posicionó en mis labios, tampoco es que me resistí cuándo estrelló su boca contra la mía. Claro que antes di una rápida miradita hacía atrás, sólo para asegurarme de que Bella no estaba observando la situación.

La rubia chupaba, succionaba, mordía. Me tenía a sus pies y en ese momento no me importaba. Sus manos comenzaron a descender y ahuecar mis piernas, de verdad deseaba que no estuvieramos en público. La manera que tenía de besar era indescriptible, me llenaba de sensaciones únicas. Me encantaban sus besos, no ella.

si, por eso siempre actúas de esa manera conmigo— se separó del beso, me miraba con una expresión pensativa—te gusto—dijo muy segura.

—¿quién te crees cómo para andar diciendo semejantes cosas?—me solté de su agarre justo a tiempo para levantarme y pensar en huir cuánto antes. Sabía bien que si la ojiazul volvía a besarme entonces no habría vuelta atrás y no pensaba darle esa satisfacción. Nunca. Necesitaba mantener algo de autocontrol, si no era por mi entonces que fuera por la infante que estaba jugando a tan sólo unos metros del lugar.

Pensé que Perrie me perseguiría, gritaría algo o simplemente me golpearía con las piñas que los árboles habían dejado caer de sus viejas ramas. Pero nada de eso en realidad ocurrió, no me importaba. Decidí esperar un par de segundo para ver si se levantaba de esa banca, yo ya estaba un poco lejos del lugar. Igualmente tenía miedo de que ella descubriera mi secreto.

Finalmente después de unos minutos pareció rendirse, cosa que agradecí. Ella parecía detorrotada cuando abandonó el lugar y tal vez aunque no lo demostrase, yo me encontraba en la misma situación.
Me sentía tonta, no debía arriesgarme tanto. Creo que este juego que tenía con Edwards había ido muy lejos y ya estaba lista para ponerle un alto.

Una diminuta manito tocó la parte inferior de mi vestido, ahora que estabamos solas no tenía problema en alzar y besar a mi pequeña todo lo que quisiera. Isabella pegó su frente a la mía en cuánto estuvo em mis brazos, supuse que la sesión de juegos la había dejado lista para tomar una siesta.

No me importó cargarla en el trayecto de regreso. Eran estos los momentos que deseaba atesorar para siempre. Estaba convencida de que inevitablemente seríamos nosotras dos, sin importar nada. El lazo que teníamos de madre e hija no iba a romperse por nada.

Inevitable. | JerrieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora