2

14.5K 1.3K 120
                                    

Londres, Inglaterra

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Londres, Inglaterra.

Hizo sonar la campanilla y luego apoyó su ojo en el ocular, concentrando su vista en las profundidades oscuras del universo. Llevó su dedo a su cabeza y se rascó detrás de la oreja sin apartar sus ojos del lugar, se acomodó en la silla y bajó su mano hasta la pequeña rueda, girándola con sus dedos lentamente mientras fruncía el ceño y contenía la respiración como si de aquella manera pudiera concentrarse aún más en su objetivo, y entonces la vió. Allí en ese espacio y a una distancia inmensurable se encontraba la Nebulosa de Orión. Sonrió en una tenue carcajada.

—Aquí estabas picarona... hoy te habías escondido un poco más que de costumbre... —apartó levemente la vista, tomó la pluma y mojó la punta en el tintero para colocar en su libreta: M42, mientras oía el golpe en la puerta. —Adelante.

La vieja puerta labrada chirrió y el mayordomo ingresó. Un hombre de unos cincuenta y tantos años, de peluca blanca y bigote elegante, su espalda tan erguida que parecía una tabla y su voz balanceada al extremo en los graves y agudos para que fuera escuchada claramente y que no resultara molesta al oído.

—Excelencia, ¿en qué puedo servirle?

— ¿Enviaste las orquídeas que te encargué?

—Sí milord, orquídeas amarillas.

—Manda al ayuda de cámara que prepare mi traje y ese chaleco de seda escocés que me encanta...

—Por supuesto su excelencia.

La puerta nuevamente chirrió cuando volvió a quedarse solo y aunque no lo deseaba en absoluto, abandonó el puesto junto al telescopio resignado su búsqueda, pues aún no había encontrado el M103 que se había propuesto esa noche. Resopló al mirar el reloj ya que por la hora sabía que no le quedaba alternativa más que comenzar todo de nuevo la noche siguiente; llevaba un atraso considerado y seguramente sería el comentario del salón cuando se hiciera presente.

Lavó su rostro en la jofaina y lo secó con la toalla, se sentó junto a la mesa y se miró con detenimiento en el espejo. Llevaba la barba de largo medio, partía de su patilla y cubría el borde de su mandíbula por completo hasta unirse con el bigote y rodear su boca de labios delgados. Era elegante como su padre, al menos así lo recordaba y le agradaba seguir su estilo, con el cabello claro, corto y bien peinado. Sus ojos eran herencia de ambos, de forma almendrada como los de su madre y de un azul intenso como los del viejo y difunto duque.

Con cuidado comenzó afeitarse, actividad que le tomaba tiempo pero que prefería hacer él mismo, tenerla perfecta demandaba atención y se consideraba un hombre detallista al extremo, por lo que detestaba que algo no quedara como lo demandaba, en especial cuando a sí mismo se refería. Colocó la brocha sobre su rostro y esparció la espuma de jabón por todo el sector que debía quedar libre, tomó la navaja y recorrió con cuidado acariciando su piel con el filo mientras la enjuagaba en el agua tibia de la palangana y volvía a repasar. Cuando terminó volvió a lavar su cara, la secó con la toalla y miró su rostro al detalle para luego tomar la tijera y recortar el largo hasta que quedara a su gusto.

Junto a TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora