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Cuando el sol había bajado ya lo suficiente y su mente no soportaba más el confinamiento que ella misma se había impuesto para evitar encontrarse con Gabriel y tener que volver a poner a prueba su entereza, su fortaleza y determinación, atravesó e...

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Cuando el sol había bajado ya lo suficiente y su mente no soportaba más el confinamiento que ella misma se había impuesto para evitar encontrarse con Gabriel y tener que volver a poner a prueba su entereza, su fortaleza y determinación, atravesó el pasillo  y se detuvo de espaldas a la pared que separaba el gran salón de ingreso, del estrecho corredor que desembocaba en los almacenes. Oyó el taco de las botas de Gabriel,  que luego de dirigir algunas palabras a Kent e incluso de preguntar por ella, subió los escalones rápidamente. Asomó su cabeza y vio al mayordomo tomar el pasillo que comenzaba detrás de la escalera y luego de un largo recorrido, terminaba en la cocina. Debía dar las instrucciones a los criados para que vistieran la mesa y prepararan todo para la cena.
Dana inspiró profundo tomando valor y levantando su falda con ambas manos, atravesó corriendo la sala tomando la salida principal hacia los árboles que rodeaban la propiedad. Traspasó el pequeño bosquecillo que separaba el palacio de la casa del guarda, intentando orientarse en los estrechos senderos que discurrían entre los robles y los espinillos, oyendo crepitar las hojas que comenzaban a caer y se rompían bajo sus pies anunciando un otoño que no demoraba en llegar. 

Rogaba dentro suyo encontrar un rayo de luz, una tenue claridad que pudiera ayudar a Gabriel, que lo mantuviera a salvo de una familia despreciable. Levantó la mirada y frente a ella, detrás de la copa de los robles, se erigía la casa y sus sombras ocres. Sólo oía voces lejanas y lo demás era el murmullo de la naturaleza.

Cuando pudo divisar la casa completamente, apenas oía algunos pájaros, el sonido de la brisa fresca  rozando los muros y arremolinándose alrededor de ella, haciendo que se abrazara a sí misma y se preguntara por su propia cordura. De alguna manera parecía un desvarío estar acechando aquella propiedad a esa hora y corriendo peligro, puesto que nadie en el palacio estaba enterado de su furtiva salida. Aunque no tenía certezas, sí tenía la clara realidad de que alguien había envenenado a Gabriel para quitarle su título, sus derechos, su dinero, y que a quiénes había visto aquella noche en la despensa de Leloir habían sido Lord Brown y Kent; que le habían dado alguna planta de flores blancas al duque y que su idea había sido matarle o al menos hacer que pareciera un incapaz. De ambos podía esperar todo eso, solo le faltaba determinar si Murray había estado implicado, que a su parecer era lo más probable.

Rodeó la casa por la parte trasera, acercándose lentamente y con desconfianza. Todo se veía calmo y no había guardias en las inmediaciones. La  casa llevaba aquella impronta gótica que caracterizaba al palacio, paredes grises y gastadas de los años, recubiertas de  enredaderas que trepaban por ellas y se enroscaban en los dinteles y cristales de las ventanas. El sol había decaído lo suficiente para que sólo se vea esa luz tenue y apenas perceptible dando sombras amorfas que sólo acrecentaban sus temores. Entornó la puerta del viejo cuarto de trastos y atravesó el pasillo estrecho que desembocaba en la escalera de servicio. Se escondió debajo de ella y percibió el murmullo de los sirvientes en la cocina, la voz de Lord Brown en la sala, conversando animadamente con Murray  Realish.

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