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El cielo había amanecido diáfano, pero aún sentía el viento soplar sobre su rostro, fresco y un tanto húmedo

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El cielo había amanecido diáfano, pero aún sentía el viento soplar sobre su rostro, fresco y un tanto húmedo. El semental galopaba recio sobre la grava y aquel movimiento de su cuerpo encadenado al suyo le ayudaba a concentrar sus pensamientos en aquellos papeles, en las razones por las que los habían dejado allí, y en quién había sido el responsable; pero para su desgracia, no encontraba respuesta concreta a ninguno de sus interrogantes.

Cruzó bajo la arboleda y para no ser arrastrado al suelo por sus ramas bajas, pegó su pecho al lomo del animal y sostuvo su rienda suelta para que no menguara su velocidad. Atravesó el bosque y galopó por el llano que rodeaba el poblado, mientras volvía la dirección hacia Leloir. Su mano derecha comenzó a hormiguear por la contractura y no le quedó alternativa que tironear la rienda y detener el galope.

— ¡Rutland! —Los gritos de Caldwell lo alertaron y al divisar su caballo, aguardó que se aproximara. —Vaya, al fin logro encontrarte…

—Salghí tempraghno, neceghitaba pensghar…

— ¿Qué cosa? ¿A dónde apuntarás el próximo golpe que le darás a Murray? —Rieron levemente. —Debes pensar, no te arrebates o te dejes guiar por esos impulsos que no hacen más que complicarte.

—Logh sé. Es solgho que no pudghe evitar sentghir desgheo de partirgh su cargha.

—Lo imagino, pero ahora tienen el testimonio del arzobispo, y sabes que eso no es poco para el tribunal.

—Lo sghé… pergho quizás tengho algho yo tambieghn.

— ¿A qué te refieres?

—Anochghe baghjé al estudghio —Caldwell abrió sus ojos de hito a hito y sonrió.

—Estás desquiciado…

—Desquighciadgho estarghía si me quedghara mirandgho cóghmo me quightan todgho lo mío.

—Mejor cuéntame qué encontraste.

—El lighbro de cuentghas de Leghloir, reghpleto de gastos desghmedighdos y justighficadghos de manergha ilógicgha.

— ¿A qué te refieres?

—Dosghientaghs mil lighbras en servighio de limpiezgha, cientgho cuarentgha en comidgha… —Lord Caldwell abría sus ojos azorado por semejantes sumas.

— ¿En un mes? —Gabriel asintió.  —Válgame Dios, a este paso van a fundir las arcas de Rutland.

—Esgho no es todgho… —Lo observó expectante.

—Tengho en mi podgher el certighficadgho de compra de la tabacalergha en Aghmerica... Alghien me la deghjo en lagh puertgha. —Caldwell sonrió.

— ¡Tienes un aliado! Son buenas noticias entonces.

—No megh fio ni de migh somghbra, Frank.

—De todas maneras ya sabíamos de esa compra, ¿qué es lo importante? —Gabriel inspiró y expiró, pensativo.

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