COMPLETA
N°1 ranking Novela Histórica Mayo 2020
ROMANCE HISTÓRICO
Año 1839 En Inglaterra.
Gabriel Reece Relish, es el duque de Rutland. Jóven, sumamente inteligente, elegante, intrépido, repleto de magnificencia y desparpajo, que desperdicia la vida...
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Caminaba de un lado a otro de la sala apretando en su puño el prendedor, mirando a cada instante a través del cristal e intentando vislumbrar un atisbo de luz del sol que le permitiera salir a buscarla. Un presentimiento oscuro lo agobiaba por completo, haciendo que se sintiera impotente y miserable, sumado a los comentarios insoportables de Keira.
— ¿Cuántas horas más hemos de esperar? Estoy fatigada y no deseo que la guardia me encuentre aquí. Los chismes vuelan… —Caldwell rodó sus ojos mientras servía un trago más en su copa. — ¿Estás seguro de que Hendricks se la ha llevado? No es la primera vez que te abandona…
— ¡Cállaghte! —Espetó Gabriel dejando a Keira atónita y a Caldwell con sus ojos abiertos de par en par y la copa reposando inmóvil sobre sus labios. —Es su caghsa, no la tughya. Si no te gustgha estaghr aquí, o hay algho que te molestghe, es meghjor que vuelghvas a la que te correghsponde y esperghes allí. Jaghmás debí deghjar que te queghdaras esta noghche… —Ella inspiró hondo, ofendida y molesta, para finalmente alisar su falda y retirarse a su habitación. Caldwell tragó el licor que aún contenía y ardía en su boca, aunque más aún ardía la culpabilidad en su corazón. Temía decirle la verdad, y callarla lo hacía sentir el peor de los hombres, pero en todos los momentos en que había intentado hablar, algo no estaba bien o simplemente no era el momento adecuado.
—Tranquilo, Rutland… —Alcanzó a pronunciar.
— ¿Tranghquilo? Estoy praghticaghmente seguro que esghe misgherable tieghne a Dana, con intenghciones inimaghginables y de lo más oscurghas, y preteghndes que me calghme…
—Quizas olvidó el prendedor…—Gabriel apretó sus ojos con sus dedos y sonrió con ironía.
—No la conoghces. Nunca lo olvighdaría. Me dighjo que se quedgharía, me dighjo que fue un erroghr irse. ¿Cóghmo cambiarghía de pareghcer tan pronghto? No… Llamaron a la puerta de forma estridente y Nigel se apuró abrir. El oficial de la guardia ingresó escoltado por tres soldados.
—Su excelencia… —hizo una corta reverencia.
—Dighame por faghvor si hay noghvedad alguna de Hendrighks.
—No hemos podido dar con él, pero le aseguro que estamos haciendo lo posible…
— ¡Lo posighble, no! ¡Lo impoghsible!
—Su excelencia… —Quiso responder de alguna manera que calmara los ánimos ducales, pero fue en vano.
— ¡Ese mighseraghble tieghne a mi espoghsa! Reghvuelvan cielgho y tierrgha para encontrarlo, de lo contrarghio, oficial, le aseghuro que pedirghé su caghbeza… — su voz estremeció al mismo Frank que desconocía por completo aquella faceta de Rutland. La sala quedó en silencio, el hombre contuvo su orgullo y sus insignias para terminar asintiendo.
Aquel presentimiento oscuro y pesado cual piedra de molino, estaba atascado en su pecho y comprimía su corazón. Dana estaba en manos de un miserable asesino capaz de hacer con ella lo que se le ocurriera, y no estaba dispuesto a soportar ni esperar nada más. Estaba harto de ser el duque de Rutland pisoteado y vapuleado por la vida y sus vueltas. Si para tenerla a su lado debía enfrentarse a un ejército completo, lo haría.