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Los pies se le enredaban uno con otro mientras tomaba el pasillo y luego la escalera

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Los pies se le enredaban uno con otro mientras tomaba el pasillo y luego la escalera. Dana presurosa le seguía apenas pudiendo sostener la falda de su vestido, intentando por todos los medios alcanzarle y detener aquel impulso desenfrenado que sabía que no terminaría en nada bueno. A pesar de sus intentos, sólo percibió el cabello de la parte posterior de su cabeza perderse tras los últimos escalones y se detuvo de repente al oír un grito. Desde el descanso, vio a Frank Caldwell sostener el cuerpo de Gabriel que desesperado intentaba propinar otro golpe más a Murray, quien yacía tendido en el suelo, con su mano sosteniendo su nariz y un hilo de sangre que salía de ella. Llevó sus manos a su boca, asustada por lo que sucedía.

— ¡Misgherabghle ladghrón! ¡Eeghes la peorgh porghquerghia qughe he conghocidgho en migh vidgha! —Gritaba señalando a Murray, con palabras que hasta Dana le costaron entender. Su hermano no respondió, solo atinó a ponerse de pie mientras dos lacayos, por orden de su hermana, se interponían entre ambos.

— ¡Gabriel! —Gritó Catherine con la voz quebrada —Tranquilízate por favor...

—Busquen con urgencia al doctor Wilkins... —ordenó Lord Brown. —Está fuera de sí... —Insistió.

Caldwell aún sostenía el cuerpo eufórico de Gabriel, que ante sus palabras deseaba arremeter contra su cuñado. El arzobispo observaba la escena, conmovido, con el ceño apretado y una mirada de preocupación que Dana captó de inmediato.

—¡Broghwn, erghes un misgherable muerghto de haghmbregh, incapaghz de hacgher algho porgh ti mighmo!

—Dios bendito, la ira se ha apoderado de él. Jamás había oído tantos insultos de su boca. —Musitó Murray lo suficientemente alto y con tono de preocupación, para que todos oyeran.

Los lacayos rápidamente fueron por el mensajero, mientras las voces retumbaban en el gran salón y se entremezclaban con el llanto profuso de Connor, que sólo parecían exacerbar aún más lo que estaba sucediendo y dejando a Gabriel en pésima posición.

—Gabriel, por amor a Dios, ten conciencia de lo que estás haciendo... —Intervino Lady Catherine.

—Es una vergüenza que actúes de semejante manera, gracias a Dios que el arzobispo está aquí para corroborar su estado de nervios y descontrol. —acotó Murray.

— ¡Callghate! Solgho has estadgho siempghre coghmo un carroghñero tratghando de quitgharme lo qughe me correghsponde.

—Claro que te corresponde, pero mírate, ya no eres digno de llevar ese título, ni de representar o administrar el patrimonio de esta familia... —dijo con pesar

— ¿Tugh si? —Rio con ironía. —Sieghmpre has malghastqghdo todgho.

—No discutiré eso contigo.

—Clargho qughe sí... tieghnes muchgho qughe explicarghme...

—Solo cuando el tribunal te declare competente, y créeme que dudo que lo estés. El Gabriel que yo conozco, mi hermano, a quien amo, jamás actuaría con semejante violencia y falta de educación.

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