Carpathia

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A penas pueden, los marinos del Carpathia bajan una camilla en la cual aseguran a Juliana, segundos después Valentina usa una escalera de peldaños para abordar y se empeña en seguir a la chica a la enfermería, al principio la tripulación se niega, pero luego de una intervención del oficial que las ha sacado del agua, éstos acceden a dejarla entrar a la enfermería luego de que Juliana salga de una revisión exhaustiva.

Entre tanto, la chica recibe una taza de té de parte de algún miembro de la tripulación y se recluye en una de las orillas del barco desde el cual puede ver ya con la luz del sol, la magnitud del desastre: por metros y metros una mancha de pequeñas motas blancas se desparrama por el horizonte oceánico, algunos barcos recorren la superficie, ¿buscando muertos?, ¿buscando supervivientes? imposible saberlo.

El Carpathia parece haberse tomado extremadamente en serio su labor como rescatista y última esperanza de los pasajeros del Titanic, pues está equipado de manera que el rescate se da en pocas horas, después de las cuales se pone en marcha hacia tierra firme. Apostada en uno de los camarotes de la tripulación Valentina espera junto a otras dos mujeres, ninguna de ellas habla, una mece a su hija pequeña, no parecen conocerse entre sí y definitivamente ellas no conocen a Val, quién en un desesperado intento de mantenerse oculta, ha declarado ser pasajera de segunda clase. Los días en altamar pasan de forma tortuosa sin ninguna noticia de Juliana, en más de una ocasión la chica intenta salir de su camarote y buscarla personalmente en los comedores y salones que se han acondicionado como salas de hospital, pero en las mismas oportunidades, ha sido repelida del lugar para evitar el ajetreo y la confusión. Es en una de esas oportunidades cuando sin querer, logra divisar a su hermana y a su padre en la cubierta superior mirando a la lejanía. León se ve devastado, pálido, pero por lo demás ileso, Eva por otro lado conserva su porte elegante y altanero casi inalterado. Val los mira desde lejos y las ganas de pronunciar sus nombres mueren en su garganta, no es la misma niña que abordó el barco de los sueños, no es la misma mujer que regresaba de Europa a América para vivir su vida de esposa sumisa y tranquila. Piensa en Guille sepultado para siempre entre agua y acero, piensa en Mateo cuyo cuerpo espera, esté en ese barco y vuelve a intentar colarse en la sala de hospital para ser repelida nuevamente.

Es hasta un día antes de atracar, cuando el marino que las recibió a bordo la va a buscar y la lleva serpenteando entre camas de heridos hasta llegar a una de ellas, desde dónde Juliana le sonríe débilmente.

Hey... allí estás – murmura la chica mientras Val se hinca a su lado para ver su rostro directamente – intenté ir a buscarte, pero no me dejaban levan... - no la dejó terminar, simplemente la besó lo más tiernamente que pudo, dejando que las lágrimas corriesen por sus mejillas mientras acariciaba su cabello con delicadeza. El marino reprimió una leve sonrisa y se marchó de allí sin molestarlas, sus caminos no volverían a cruzarse, pero él jamás las olvidaría.

Con parsimonia, Juliana usó el resto del viaje para informarle que sus días separada de ella, no habían sido mejores: no recordaba nada después de la conversación con Val sobre aquel trozo de madera que les salvó la vida, todo cuanto sabía era que los doctores y las enfermeras habían pasado las primeras noches en vela cuidando de ella y otros tantos, recordaba inyecciones, se le informó de una operación para cerrar la herida del costado, no se le permitió moverse o hablar, mucho menos intentar buscarla, pero se le prometió que si era paciente, saldría con rapidez de allí. Y así fue, tan pronto el Carpathia tocó tierra en Nueva York, los heridos fueron trasladados a hospitales acordes a su clase, segunda en el caso de Juliana a quien Valentina había incluido en su mentira con el propósito de evitar a alguno de los cómplices de su padre que pudiese haber sobrevivido. Como fuere, aquello no parecía probable ya que sus nombres no figuraban en la lista de supervivientes que se publicaron en todos los periódicos en los días subsecuentes.

Bueno, tal vez mintieron – objetó Juliana – como nosotras, no hay que bajar la guardia.

Por supuesto que no – fue la respuesta de Valentina.

Fueron pacientes, muy pacientes por espacio de varios días hasta que finalmente, Juliana estuvo en condiciones de ser dada de alta. Ese día, Valentina la esperó con un ramo de rosas a la salida del hospital y cuando Juliana le preguntó con una mirada tierna ¿Qué harían a partir de allí? Val se encogió de hombros y la tomó de la mano, sobre el futuro sólo sabían una cosa: que estarían juntas.


Cinco díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora