Capítulo 63

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Más tarde, cuando llegaron a casa, Kongpob bajó del auto aquella gran maleta con ropa que su madre había insistido en obsequiarle. La dejó en la sala pues la revisaría al día siguiente por la mañana; luego suspiró profundo, dejándose caer en el sofá y observando todo a su alrededor.

Ocultó su rostro entre sus manos, repasando todo lo que había sucedido en las últimas horas. Empezaba a sentirse muy ansioso por su partida al día siguiente, pero ese sentimiento se esfumó cuando notó el reluciente anillo en su dedo.

Él sabía que esa era la última noche que pasaría en casa con Arthit, aun así querría aprovecharla como ninguna otra. Muy decidido y con ese pensamiento dándole vueltas por la cabeza, se levantó del sofá.

Había sentido la mirada de Arthit desde que llegaron a casa. Este había estado todo ese tiempo apoyado sobre la pared, mirando a su pareja. Para él, la atmósfera en su hogar no era como siempre. Ahora, la sentía fría y distante.

—¿Subimos ya? —Murmuró Kongpob, rompiendo el silencio a su alrededor y tomándole de la mano con la intención de guiarlo hacia el segundo piso.

Sin decir nada, Arthit siguió sus pasos.

—Debes revisar la maleta, la que te dio tu madre. Se hará más tarde —murmuró también. Él quería actuar normal, pero la tristeza le inundaba.

Entraron a su recámara y Kongpob cerró la puerta detrás de ellos. Atrajo a Arthit hacia sí para darle un cálido abrazo.

—La revisaré en la mañana... Ahora tengo algo más importante por hacer —decía acariciando su cabello con afecto. Después se apartó un poco para tomarle por el rostro y con sus dedos delinear sus rasgos. Sabía que su amado estaba triste, lo veía en sus ojos y lo sentía en su manera de actuar. —Quiero estar contigo, mi sol.

Arthit suspiró profundamente y le miró con detenimiento antes de juntar sus frentes. Sentía que las palabras sobraban en ese momento, así que su actuar se volvió uno mimoso.

Y aunque las circunstancias no eran las mejores, Kongpob se alegraba de estar por fin en casa después de ese largo día, pero en especial de tener un rato de mayor privacidad con Arthit. Aún lo envolvía en sus brazos cuando comenzó a dejarle múltiples besos en los labios y sus dedos bajaron a jugar con los botones de la camisa.

Tan pronto como vio un poco de piel al descubierto, Kongpob descendió sus besos haciendo un camino húmedo desde la boca del mayor, pasando por su mandíbula y hasta llegar al cuello. No tenía prisas así que lo hacía con lentitud, pues quería que cada instante valiera la pena y que durante las próximas semanas, a su amado le fuera difícil olvidar su tacto y todo lo que con él le provocaba.

—Kongpob... —susurró Arthit de repente y ya no pudo evitar soltar algunas lágrimas. Quizás estaba siendo muy dramático; no serían años, sólo unas semanas, pero el lazo que habían fabricado ya, era demasiado íntimo y grande.

El aludido se detuvo cuando, además de ese llamado, reconoció el salado sabor de las lágrimas que bajaban por el cuello de su pareja. Subió sus besos de regreso a sus labios y a todo su rostro, limpiando cualquier rastro húmedo que pudiera haber allí.

—También te voy a echar mucho de menos —susurró de vuelta, regresando a su tarea de desvestirlo poco a poco. —Pero no hay que pensar en eso ahora, ¿está bien, amor? —Sus palabras chocaban contra sus labios a la vez que lo traía de la mano mientras caminaba de espaldas hasta llegar a la gran cama, en la cual se sentó justo al borde. Abrazándole por la cintura, siguió hablándole. —Mejor disfrutemos de esta noche, ¿qué te parece? —Propuso con una sonrisa, al fin dejando caer al suelo la camisa de Arthit.

III. FrenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora