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Fingolfin siguió con la vista fija en el jardín. A su espalda, Eärwen y Anairë estaban sentadas a la mesa, observándolo fijamente. Encima de la mesa redonda y delante de la silla que ocupara Fingolfin se hallaba una carta desplegada.


El Finwion contemplaba el exterior sin verlo. Sus ojos azules resplandecían en la palidez de su rostro y su boca se apretaba en una delgada línea. Con los brazos cruzados, luchaba por controlar la tensión en su cuerpo.


- Nolvo... - aventuró Anairë, después de un momento.

- ¿Estás diciendo que mi hermano encerró a Finduilas en su habitación? – inquirió Fingolfin, ignorándola.

- Lo leíste tú mismo -, asintió Eärwen -. No es... No es la primera vez que ocurre algo así, Fingolfin. Varios de sus decretos han provocado descontento en la población.

- Las leyes siempre molestan a alguien. Es imposible gobernar y complacer a todos. Es el deber de los reyes buscar el bienestar de la mayoría y conceder algunos paliativos a las minorías. En especial si esas minorías son los más acomodados.

- Los descontentos son la mayoría, Fingolfin. Escúchanos, por favor. Ingoldo no está bien. Al inicio creí que estaba siendo influenciado por sus consejeros. Súrion e Isilendil son poderosos y tienen muchos... seguidores. Además, el hecho de que los noldor se volvieran hacia los Valar después de todo lo ocurrido parecía natural. Muchas de las medidas que Ingoldo tomó para proteger a lo que quedaba de su pueblo fueron... radicales; pero lógicas. Los Noldor no eran bien vistos por mi gente ni por los Vanyar. Ingwë estaba furioso y mi padre peor; pero las relaciones han mejorado. Los milenios han transcurrido y tu hermano sigue manteniendo las políticas de hace quince milenios. Hace poco prohibió el uso del sindarin en los centros públicos de Tirion.

- ¿Cómo has dicho? El 70 % de los reencarnados habla sindarin y más de la mitad de nuestra gente está casada o unida de alguna forma con sindar y laegil. El sindarin es más popular que el quenya entre los mismos noldor.

- Es mucho más sencillo de aprender también. Pero no solo eso: Ingoldo ha decretado que solo el Alto Quenya sea empleado en las negociaciones oficiales. Thingol está furioso. Ingwion está ofendido y yo... yo mejor no opino. ¡Alto Quenya, Fingolfin! Posiblemente solo los Fëanorion y algunos de sus seguidores sean capaces de hablar semejante cosa. Durante un tiempo, después de la marcha de ustedes, llegó a manejarse la posibilidad de prohibir el uso de las tengwar ¡porque fueron creadas por Fëanor! Hay gente que ni siquiera ha usado las sarati en su vida! Rúmil fue el primero en protestar: aunque su alfabeto recibiera la prioridad, su interés era que la gente aprendiera y las tengwar eran más fáciles para todos.

- Y no para ahí, Nolvo. Es cierto que fue necesario tomar medidas luego de que ustedes se fueran...

- ¿Qué tipo de medidas, Anairë?

- Pues... impuestos, cuotas... Se estableció que debe abonarse una cuota para estudiar en las Academias.

- ¡¿Qué?!

- Lo entendimos entonces. Nueve décimas partes de nuestro pueblo se había marchado y se llevaron gran parte de sus posesiones con ellos. La Corona, para empezar, estaba en la quiebra. Nuestros artesanos, maestros, productores... no estaban. Necesitábamos hacer algo... ¡y se hizo! Pero ya no estamos en esa situación y sigue siendo obligatorio pagar para acceder a los conocimientos.

- No puedo creer que Arvo esté cometiendo semejante injusticia. El conocimiento pertenece a todos por igual.

- Él no lo ve de ese modo. Considera que una de las razones por la que todo ocurrió fue por el hecho de que el conocimiento estuviera al alcance de... personas indebidas.

Las dos orillas del lago (Námo tiene planes... y Vairë, tapices 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora