Capítulo VII

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   El auto se estacionó minutos antes de la primera clase. Tomé mi mochila y luego mi bléiser de uniforme.

   Cerré la puerta enseguida, al tiempo que miraba la entrada de las instalaciones. Ahí estaba detenido George, con su mochila en la espalda y con el bolsito del desayuno en la mano. Cuando tuvimos contacto visual intercambiamos sonrisas cortas y él agitó su mano en el aire para saludarme.

   —¡HOLA, PAAAAUL!

   Me resultó imposible no reírme. Aceleré el paso hasta poder estar cerca de él: rápidamente me alborotó el cabello como queriéndome decir buenos días.

   —¿Y Klaus ya llegó?

   —Uh, no. Hace un momento me escribió para decirme que llegará un poquito tarde porque tuvo un problema con el auto de su padre.

   —¿Te dijo eso? —me crucé de brazos, manteniendo mi ceño fruncido—. ¿Y por qué a mí no me escribe? ¿Lo ves? Sigue molesto por lo de ayer, y eso que hablamos en el receso.

   —¿Pero qué fue lo que pasó?

   —¡Tú sabes, Geo! Los nombres de mis personajes en el proyecto de literatura, además de la discusión del domingo por sus celos con Winston. Pero recuerda que hablamos en el desayuno y yo le hice saber lo que sentía por él, y también le volví a repetir que ellos dos sólo me parecían bonitos y ya, así como a él le parecen bonitos otros chicos o chicas... Y, bueno, quedamos bien. Pero como ni me llamó en la tarde ni me escribió para decirme sobre esto, pues veo que no está del todo normal.

   Ante mi discurso sobre problemas amorosos, George rodó los ojos y bufó, al tiempo que se disponía a entrar a las instalaciones. Yo lo seguí.

   —Klaus te está ignorando. Es obvio que quiere que estés encima de él rogándole.

   —Pues eso conmigo no funciona, porque si él no me quiere escribir por berrinchudo y espera a que yo lo haga, está muy equivocado. Por mí que no me hable más.

   George dejó escapar una risita débil de sus labios, al tiempo que subíamos las escaleras que nos conducirían al primer piso, donde estaba la biblioteca. La profesora de historia nos había dicho que tendríamos la clase ahí porque necesitábamos consultar algunos textos.

   —Lo que yo pienso es que Klaus está... Mhm, digamos que dolido o rencoroso por lo que ha sucedido. Tú has buscado arreglar las cosas, sí, pero no cambiarlas. Por ejemplo: lo de los nombres en tu obra. Estoy seguro que a él le hubiera gustado que colocaras otros nombres o, si bien, los de ustedes; y ya que colocaste el de el profesor, pues que al menos los hubieras cambiado por otro. Otro ejemplo: el de Winston. Le pediste que fuera profesor de cocina, pero no intentaste deshacer eso. Claro, es tu decisión y eso él debería respetarlo, pero supongo que es eso lo que tiene...

   —Agh. Klaus es un idiota. Y tú tienes razón en lo que dices, pero me molesta que tenga que cambiar las cosas que me gustan para que él se sienta bien. ¿Entonces qué? ¿No interesa lo que yo sienta sino lo que a él le gusta o le parece bien? Lo siento pero no.

   Recordé a John cuando pasamos a un lado del salón de literatura, y mis ánimos cambiaron radicalmente. Asomé mi cabeza por la puerta entreabierta, pero no lo hallé por ningún lado, ni siquiera sus cosas.

   —Qué raro, mi amorcito debería estar aquí.

   Cuando volví a mirar a George, este se llevó la palma de su mano a la cara, en un gesto de fastidio.

   —¡Ah, cierto! —recordé enseguida—. Los martes tiene clase más tarde. —Hice un puchero, mientras volvíamos a ponernos en marcha hacia la biblioteca, que quedaba al frente—. Qué mal. No podré verlo ahora.

A Little Trace of Innocence ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora