Capítulo XXXV

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   Un gran sentimiento de culpa creció dentro de mí cuando escuché eso. En seguida, John me rodeó todavía más fuerte con sus robustos brazos tatuados y repartió varios besos en mis hombros.

   Luego se detuvo, mordió el lóbulo de mi oreja y me susurró al oído:

   "Por supuesto que ya no."

   Un gélido escalofrío recorrió mi espalda cuando John articuló la frase anterior. Pasé saliva por mi garganta, al tiempo que encogía mis piernas y las abrazaba con mis brazos; descargué, seguidamente, el peso de mi mentón sobre mi antebrazo y ladeé un poco mi rostro hasta poder verlo por el rabillo del mismo.

   —No puedes dejar de querer a alguien de un momento a otro.

   Antes de contestarme, John se dispuso a deslizar su mano por mi espalda para acariciarla. La sumergió en el agua hasta tocar el comienzo de mi trasero y, luego, volvió a subirla muy lentamente.

   —Sí puedes.

   —¿No me quieres entonces?

   Inclinó su rostro hacia mí, besó mi mejilla y luego volvió a envolver mi cuerpo entre sus brazos.

   —No creo que eso te importa, por si te importara no hubieras hecho lo que hiciste.

   Analicé sus palabras, y le hallé toda la razón del mundo. Había actuado mal desde un principio por haberme involucrado amorosamente con alguien que sólo me parecía atractivo físicamente. No me había enamorado de su ser, sino de su bonita cara y cuerpo tatuado. Y él, a diferencia de mí, quizá sí se sentía atraído por mi personalidad —aunque luego de lo sucedido tal vez no mucho— y mi físico.

   Lentamente me di la vuelta hasta lograr estar frente a él. Me recosté sobre su cuerpo, por lo que el roce de nuestras masculinidades fue inevitable, así como el de nuestros pectorales. Lo miré directo a los ojos mientras me disponía a acariciar suavemente su barba.

   Le di un beso en los labios y, acto seguido, descargué el peso de mi cabeza sobre su pectoral y acaricié con mi dedo medio las plumas tatuadas debajo de sus clavículas. John se dedicó a acariciar mi cabello de forma lenta.

   —Me tiene preocupado lo que harás con el vídeo.

   —¿Por qué? —el cinismo acompañó su timbre de voz—. ¿No confías en mí?

   —No...

   Él soltó una risita burlona, al tiempo que bajaba su mano de mi cabello y marcaba un recorrido hasta mi trasero, donde se dispuso a acariciar mis glúteos por debajo del agua.

   —Deberías hacerlo. No voy hacer nada que te perjudique con ese vídeo.

   Aparté mi rostro de su pectoral y lo miré a los ojos, denotando cierta preocupación al respecto.

   —¿Se lo mostrarás a Winston?

   —Tal vez... —se tornó juguetón, cosa que me hizo sentir lo suficientemente asustado—. Tal vez se entere por sí solo o quizás tú mismo quieras decírselo.

   Decidí no hablar más al respecto porque no quería caer en el mismo tema y porque, a decir verdad, quería pensar lo menos posible en Winston.

   Volví a recargar el peso de mi cabeza en su pectoral y, antes las caricias de sus dedos que subían y bajaban de mi espalda, cerré mis ojos e intenté adormitarme.

   Pero el sonido del timbre me hizo dar un pequeño respingo al compás de John, quien no tardó mucho en dedicarme una mirada juguetona que me heló la sangre.

A Little Trace of Innocence ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora