Capítulo XXIX

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   Casi sin creer lo que le dije, George abrió su boca ligeramente y me miró de una forma no tan amistosa.

   —¿Estás loco? Se van a enterar y se van a molestar. ¿Sabes qué? Yo dudo que los dos se pongan de acuerdo para compartirte.

   El nada más pensar en que podía existir la posibilidad y el acuerdo mutuo de ellos para estar conmigo me ponía de buenas.

   —¡Ojalá eso suceda! —ante mi comentario, George rodó los ojos—. No estaría mal estar con los dos.

   —Ya estás con los dos.

   —Pero que ambos estén de acuerdo —me expliqué—. Sería genial, ¿no crees tú?

   —¡NO! —exclamó—. ¡Eso sería muy malo de tu parte!

   —Agh, ¿por qué?

   George llevó la palma de su mano a la frente y la deslizó hacia abajo, al tiempo que soltaba un bufido.

   —Porque está mal. Estarías jugando con los dos.

   —Claro que no. Los quiero a los dos y me gustan los dos.

   —Eso es mentir —refutó—. Y no quieres a ninguno de los dos. Te lo he dicho mil veces. Solo sientes atracción física. Repite: atracción física.

   Ni siquiera pude alcanzar a repetir lo que me había pedido, puesto que algo más interesante captó mi atención: John. Caminaba por el campus con su portátil en manos y con un vaso de café en la otra.

   Tenía puesta una camisa de vestir color blanco, cuyos primeros botones estaban desprendidos y le daba vista a las plumas que tenía tatuada debajo de las clavículas; aquello le añadió un bléiser beige que combinaba con sus zapatos de cuero sintético que, a su vez, resaltaban de su pantalón negro.

   —Ay, George... —mirándolo, apreté mi labio inferior. Sentí espasmos en el cuerpo cuando su mirada chocó con la mía—. Es tan hermoso...

   —Tu putería no tiene límite. Sí, sí. Ya me di cuenta.

   Y el corazón se me aceleró cuando lo vi venir hacia la mesa donde estábamos. Con una sonrisa amplia que se dibujaba en sus labios, se posicionó frente a nosotros. George lo saludó agitándole la mano.

   —¿Puedo sentarme aquí con ustedes?

   —¡Sí, por supuesto! —le contesté en seguida con una emoción inigualable; y George, que estaba masticando su desayuno, asintió—. Sí puedes.

   Luego de decir aquello, tomó asiento a mi lado y colocó la portátil sobre la mesa, para luego abrirla. La pantalla se encendió inmediatamente, mostrando consigo una hoja de Word con varios párrafos.

   —¿Cómo le va, profe? —le preguntó George, al momento que bebía otro sorbo de zumo de naranja—. ¿Ya terminó de darle clase a primero, no?

   —Ujum. —Luego de beber un sorbo de café, asintió—. Son tan fastidiosos...

   Le di un mordisco a mi sándwich mientras lo miraba atentamente. No pude evitar sentirme mucho más atraído; John era realmente perfecto. Su barba, su cabello, sus lentes, sus gestos. Todo se me hacía exageradamente hermoso.

   George rió.

   —¿Mañana sí vamos a ver clases de natación, no es cierto?

   —Sí —él asintió—. May va a venir y yo también. Como siempre...

   Tenía unas enormes ganas de ver la reacción y el comportamiento de May para con John ahora que habían terminado.

   Quise ponerle una chispa al asunto, así que llevé mi mano por debajo de la mesa y la descargué sobre su rodilla. Luego subí lentamente hasta llegar a su entrepierna, la cual apreté un poco.

A Little Trace of Innocence ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora