Capítulo XVIII

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   Se me aceleró el corazón notablemente cuando la motocicleta se estacionó frente a la casa. John se bajó, para luego proceder a quitarme el casco que cubría mi cabeza. Subió la cremallera de su chaqueta vinotinto y me miró con un toque de preocupación.

   —¿Sí podrás caminar, no?

   —Ehm, sí —asentí, mirándolo y sintiendo cómo mis mejillas se encendían—. No me duele tanto...

   ¿Qué si no me dolía? Me dolía cada vez que movía mis piernas, a cada paso que daba, cada vez que me agachaba y cada vez que me sentaba. Sólo que yo intentaba permanecer quieto y hacerme el fuerte para no quejarme del dolor.

   Sostenía a la gatita entre mis manos, y esta lucía la bonita falda tutú lila que le había puesto antes de marcharnos del departamento de John.

   Cuando comencé a mover mis piernas para bajarme de la motocicleta, él me extendió la mano y yo la tomé con cuidado hasta lograr colocar mis pies en el suelo. El abrir de mis piernas hizo que un leve dolor se hiciera presente en mi trasero y que, por ende, soltara un leve quejido.

   —Sí te duele —John lo confirmo, y no tardó mucho en soltar una risita—. Lo siento.

   Sólo lo miré feo, acuné a la gatita entre mis dos manos y caminé hasta la entrada de la casa, donde tres pequeños y cortos escalones me distanciaban de la puerta. Los subí lentamente hasta lograr quedar frente, mientras que John —que había tomado la delantera— se apresuraba abrir.

   Lo primero que vi al colocar un pie en la casa fue a mi padre hablando por teléfono mientras bajaba las escaleras. Los cocineros iban de allá para acá llevando la comida al lugar donde se iba hacer la fiesta: el patio trasero.

   Y hablando de trasero. Dolía. Me dolía el trasero.

   —¡Hijo! —Papá sonrió cuando me vio. Terminó de bajar las escaleras mientras decía—: Te llamo después —y colgó.

   Se acercó a nosotros con una sonrisa amplia. Llevaba puesta una camisa al estilo polo de color azul oscuro con una línea horizontal negra que combinaba con su pantalón y zapatos deportivos.

   —¡Qué linda gatita! —la sostuvo entre sus manos y la alzó, para luego disponerse a acariciarle la cabeza—. Hola, John —volvió a sonreír cuando lo miró—. Ya tu hermano llegó, está en el patio. ¿Todo bien? ¿Este niño te fastidio mucho?

   John y yo intercambiamos miradas rápidas.

   —Sí, me fastidió mucho —le contestó, luego de carcajear—. Se enamoró de los gatitos.

   —¿¡Y quién no!? —papá volvió a mirar a la gatita—. Son hermosos.

   Emití una carcajadita, al tiempo que recibía a la felina y la acunaba de nuevo entre mis brazos.

   —Tu madre está en el patio con sus amigas —me dijo, al tiempo que llevaba su mano a mi cabellera para agitarla levemente—. ¿Vas a estar en la fiesta? Deberías estar con nosotros aunque sea un rato, ¿no crees?

   —Sí, papá... Más tarde bajaré. Ahorita tengo que hacer un trabajo para el lunes y tengo que escribir un capítulo de el proyecto con el profesor —carraspeé—. Y ya que está aquí, pues quería aprovechar que él va a ayudarme.

   —Bueno, está bien. Me gusta que hagas tus tareas y que seas responsable. Ahora, si me disculpan, tengo que irme para ver cómo está marchando todo. Sabes que sin mí nada queda bien. —Se rió de su propia broma, y se dispuso a ir hacia el patio trasero, que quedaba cruzando la pequeña sala donde solían hacer sus reuniones de trabajo.

A Little Trace of Innocence ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora