Capítulo XLV

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  Se me hundió el estómago cuando nos acercamos al salón amplio que estaba en el campus, donde veríamos nuestra habitual clase de cocina como cada viernes.

   —Ah, George —me detuve a tan solo pasos de la puerta doble, sintiendo mis piernas temblar—. Estoy nervioso. Por alguna razón no quiero ver a Winston, me da vergüenza y no sé por qué.

   —Yo tampoco sé. Le mostraste y le diste tu culo, no debería darte vergüenza mirarlo.

   —¡YA, GEORGE! —espeté—. ¡Estoy hablando en serio!

   —¡Es que es la verdad! —se reprimió una risita, y yo lo miré feo—. No sé por qué te da vergüenza verlo.

   —Creo que es porque... p-p-porque hoy...

   —... su hermano y él entrarán por el mismo agujero.

   —¡AGH! ¿¡Acaso no puedo hablar en serio contigo, George!?

   —Estamos hablando en serio.

   Rodeé los ojos y me dispuse a seguir caminando hasta que logré empujar la puerta. El corazón se me aceleró cuando vi a Winston sentado frente a la barra principal de la cocina; estaba sacando sus cosas de la mochila.

   Vestía un suéter de lana color violeta, que acompañó con un pantalón de mezclilla y zapatos deportivos blancos. Su melena abundante se iba hacia adelante, razón por la cual tuvo que deslizar su mano hacia atrás para apartar los mechones que obstaculizaban su vista; y mientras hacía aquello, nos miró y se sonrió.

   —Hola, chicos. ¿Cómo les va?

   —¡Bien, profe! —George le sonrió, al momento que dirigía sus piernas hacia la barra de la cocina donde siempre solíamos sentarnos—. ¿Y usted cómo está?

   —Oh, bien —volvió a sonreír. Luego me miró—. ¿Cómo estás tú, Paul?

   Se me heló la sangre al escuchar aquella pregunta dirigida directamente hacia mí, pero intenté permanecer lo más sereno posible. No tenía motivos para estar nervioso y rígido frente a Winston.

   —Bien, muy bien —respondí, dejando mi bolsito con los ingredientes para la comida que íbamos a preparar—. ¿Cómo va... cómo va todo? ¿Y Sean cómo está?

   —Debe estar con su mamá ahorita... —Luego de contestar a mi pregunta, Winston sostuvo un contacto visual que me puso nervioso—. ¿Puedes venir un momento, por favor? —preguntó, a continuación; yo no supe que decir—. Es que quiero hablarte sobre algo. Y, lo siento, George —carcajeó—. No quiero hacerte sentir apartado o algo por el estilo. Espero que lo entiendas.

   —¡Ah, descuide, profe! —mi amigo hizo un ademán de indiferencia—. No importa.

   Winston se dirigió hacia la salida de la cocina, abrió la puerta y me miró, para después indicarme que lo siguiera. George tuvo que darme un codazo para que me decidiera avanzar hasta allá, puesto que estaba tan nervioso que ni siquiera podía moverme.

   Encaminé mis piernas hacia allá y logré salir del lugar, seguido por Winston que se apartó de la puerta. Había varios chicos que entraron a ocupar sus puestos en las distintas barras que había; saludaron a Winston, y él les sonrió.

   Cuando nos quedamos solos, a excepción de los pocos que estaban sentados en las mesas del campus a una distancia considerable, Winston carraspeó. Tomé aire al sentir que los latidos de mi corazón se aceleraron de manera brusca.

   —Sabes que hoy...

   Mis mejillas se encendieron de un color rosa intenso.

   —Sí, lo sé. Lo sé.

A Little Trace of Innocence ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora