𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 5

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Bridgette, que se había dormido llorando, despertó a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza. En cuanto fue consciente de dónde se encontraba, la tristeza se apoderó de ella. Estaba en casa de él. Por desgracia, nada había cambiado durante la noche, de modo que tendría que pedirle que la devolviese a América. A él le bastaba con la condenada herencia y la liquidación de las deudas del capitán. Podía quedárselo todo, que ella jamás llamaría de nuevo a su puerta, ni volvería a mencionar su nombre. No sería difícil persuadir al sacerdote para que olvidase la ceremonia de la noche anterior.

De mala gana, se levantó y buscó entre sus cosas un vestido sencillo. Al poco tiempo, la sobresaltó una mujer joven de pelo castaño y que usaba gafas, que se asomaba por debajo de un lavabo. La doncella parecía igual de sorprendida y en seguida le hizo una reverencia.

—Buenos días, señora. No esperaba que estuviese despierta tan temprano. Me llamo Alya. El lord de Darfield me ha ordenado que le sirva como doncella personal— dijo nerviosa.

La ojiazul nunca había tenido sirvientes, y aquello la incomodó.

—Buenos días, Alya. ¿Serías tan amable de abrocharme estos botones y después indicarme cómo llegar al salón del desayuno?— le propuso la joven con idéntico nerviosismo.

—Claro, señora— Alya se apresuró a abrocharle el vestido —Si me lo permite, señora, es usted más joven de lo que imaginaba. Cuando nos enteramos de que lord Darfield iba a casarse, ¡Cielos!, no nos lo podíamos creer, jamás me ha parecido de los que se casan. Lleva solo tantos años, ¿sabe?, y siempre prefiere el mar— explicó Alya. Le dio un golpecito en la espalda a Brid para indicarle que ya había terminado —Withers casi me había convencido de que usted era poco atractiva— prosiguió mientras se acercaba a la cama para retirar las sábanas —Me dijo que mi señor no se casaría excepto por dinero, y sólo las damas poco bonitas tienen dinero. La verdad, no sé por qué le hago caso.

—¿Withers?— A la vez que se preguntaba qué necio llegaría a una conclusión tan ridícula, pensó que el nombre le resultaba familiar.

—Es el jardinero jefe, señora.

Al oír aquello, la peliazul se irguió. Nunca había disfrutado tanto algo, como haber cuidado de su jardín en Virginia.

—¿El jardinero jefe? ¿Hay más de uno?

—Ah sí, por supuesto, señora. Hay tres, y también peones.

—¿Tres?

—Ésta es una casa grande, señora, con jardines grandes, sólo que no se ven con tanta nieve. En primavera, tendrá una vista preciosa desde su ventana. En invierno, Withers se mete al invernadero. Si quiere, se lo enseño.

—Había pensado en desayunar con lord de Darfield— repuso Bridgette tímidamente.

Más le valía hacer frente a su situación cuanto antes en lugar de explorar una casa que tenía intención de abandonar de inmediato, por magnífica que fuese.

—Ay señora, el señor ya ha salido. Desayuna muy temprano cuando está en la casa; sale antes de que amanezca— Alya soltó una risita tontorrona —A la cocinera no le gustan mucho las mañanas. Se pone muy nerviosa cuando llega él. Dice que desayunar tan temprano no es bueno para el organismo. Lleva toda la mañana protestando. No estaría tan enfadada si el señor no la hubiese despertado en plena noche para preguntarte dónde se guardaba el queso.

La ojiazul no se dio cuenta de que Félix había pasado la noche en vela.

—¿Lord Darfield se ha marchado?

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora