𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 10

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—Hablé con el señor Hanley, jefe de las caballerizas, él se encargará de que le preparen un caballo manso— dijo Alya en un intento de tranquilizar a Bridgette a la mañana siguiente.

—¡No servirá de nada!— se desesperó Brid, retorciéndose mientras la doncella intentaba abrocharle el vestido.

—¡En serio, señora, no es tan complicado! En unos minutos pensará que nació a lomos de un caballo. ¡Como siga preocupándose así, se va a poner mal!

—¿Preocupándome?— rió Bridgette histérica. —¿A esto lo llamas tú preocupación? ¡Es auténtico pánico!

—El señor Hanley se encargará de todo— insistió Alya.

Bridgette suspiró. Aquello no era buena idea. Había accedido como una boba a jugarse el cuello para estar con un hombre al que no le importaba. Cuanto más tiempo pasara con él, más le costaría dejarlo llegado el momento. Porque tendría que dejarlo, independientemente de aquella estúpida apuesta. No había nada más justo, ninguna otra cosa le parecía lógica. Menos aún el absurdo plan de cabalgar cuando en su vida había montado un caballo.

—Vaya a ver al señor Hanley— repitió Alya mientras terminaba de abrocharle el vestido.

Brid salió de la habitación completamente acartonada. Se imaginaba pisoteada por las patas de un caballo fogoso como el que había visto montar a Félix. La creciente ansiedad le hizo bajar la escalera a toda velocidad y salir en busca del señor Hanley, el único que podía ayudarla en aquel momento. Una vez fuera, se recogió las faldas y se echó a correr sin recato alguno por el camino curvilíneo que conducía a las cuadras, casi chocándose con Adrien y otro caballero al doblar la esquina. El funesto destino que la esperaba le había hecho olvidar las citas de negocios de las que Félix le había hablado.

—¡Ay!— exclamó, perfectamente consciente de lo ridícula que debía parecer corriendo por el sendero. —I-iba a... esto... yo...— balbució, luego sonrió. —¡Voy a las cuadras!— declaró nerviosa, a continuación hizo una reverencia y rodeó bruscamente a los dos hombres.

—Lady Darfield, me alegro de volver a verla. La veo muy bien— dijo Adrien con una sonrisa traviesa en su hermoso rostro.

—Gracias, lord Hunt. También usted tiene buen aspecto— le respondió ella algo ceñuda.

Él sonrió aún más. Por lo visto, no iba a dejarla escabullirse sin más.

—Parece que tiene prisa... ¿Una cita, quizá?

—En absoluto— replico ella fríamente. —Hace fresco a esta hora de la mañana. Iba de prisa para no enfriarme.

—¿Puedo sugerirle un chal?— preguntó el desconocido.

Bridgette lo miro un instante.

—Puede... —se vio obligada a responderle

Adrien estuvo a punto de soltar una carcajada, pero el gesto de Bridgette lo hizo contenerse. Adrien miró un instante al caballero que lo acompañaba; su sonrisa se desvaneció y sus ojos color verde sufrieron un cambio notable.

—Permítame que le presente al señor Malcom Routier— dijo con voz notablemente más fría. —Señor Routier, Bridgette Agreste Dupain-Cheng, marquesa de Darfield.

Brid se volvió hacia aquel hombre alto, de ojos ambarinos, casi amarillentos, e inmediatamente detectó su mirada de sorpresa. Alzó la barbilla y le hizo una reverencia cortés.

—¡No será usted la hija del capitán Dupain!— exclamó el señor Routier.

Bridgette pestañeó sorprendida.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora