𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 21

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—Está estupendamente, Darfield. Parece que ha recuperado por completo la memoria, y la herida ha cicatrizado muy bien.— El doctor Stephens y Félix hablaban en el balcón de Blessing Park que daba a los jardines. Debajo estaba Bridgette, sentada en un banco de hierro forjado, leyendo, rodeada de rosales y con Harry a sus pies. Su llamativo sombrero de jardinera le impedía verlos. —Me complace ver que ha ganado algo de peso— prosiguió el médico.

—Los pastelitos de la cocinera— replicó Félix.

Su acompañante rió.

—Pero aún está algo triste. Me quedaría más tranquilo si la viera un poco más animada. Si es el aborto lo que la entristece, deberías hacerte cargo del asunto, Darfield— lo reprendió Stephens.

Ojalá pudiese acercarse a ella lo bastante para hacerse cargo del asunto.

—No creo que sea eso, Joseph— suspiró Félix, abatido.

El médico miró a Félix por encima de las gafas.

—¿Estás seguro?— inquirió arrastrando las palabras

Félix ignoró la pregunta mordaz del médico. No era ningún secreto en Blessing Park que los Darfield vivían separados y Félix ya no podía excusarse con la recuperación de su esposa. Lo cierto era que Bridgette tenía muy buen aspecto. Había recuperado el color y aunque aún estaba un poco delgada, su salud iba camino de restablecerse por completo.

Sin embargo, su corazón no se había curado. En las seis semanas que habían pasado desde que había recordado el accidente y los acontecimientos que lo habían rodeado, Félix había intentado hablar con ella del asunto, pero Bridgette lo evitaba con pobres excusas. Él había hecho todo lo que podía, incluso enviarle ramos de rosas como ofrenda de paz (aunque eso enfadara Withers). No sabía si le habían gustado. Ella se negaba una y otra vez a pasear con él, cenar con él, estar con él... Qué ironía: hacía tan sólo cuatro meses Félix habría agradecido su desprecio. Pero eso era antes de que se enamorara de ella, y nada de lo que le había pasado antes, ni la guerra, ni la traición de su padre, nada le dolía tanto como su indiferencia.

En su fuero interno, sabía por qué estaba tan dolida, la joven creía que había sido injusto con ella, que no había confiado en ella cuando debía haberlo hecho. Hasta cierto punto, lo entendía. Debía haberla creído. Pero también lo enfurecía, y eso le impedía entenderlo. Él la amaba. Sin embargo, ella le había mentido, por Claude. Con todo lo que le había hecho aquel bastardo, aún le preguntaba a Alya por él, dónde estaba, si estaba bien, si había intentado verla. Lo enfurecía y no podía digerirlo, pero estaba dispuesto a olvidarlo todo. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera por recuperarla.

Por lo visto, Bridgette no.

Las seis semanas de su recuperación habían sido una agonía para él. La echaba muchísimo de menos, echaba de menos sus conversaciones y las noches tranquilas que un día habían pasado juntos. Echaba de menos el sonido de su violín y su risa ligera y cantarina. Echaba de menos su sonrisa luminosa. La necesitaba demasiado; cuando ella estaba cerca, él se ponía como una piedra de puro deseo. Durante días que le habían parecido interminables, se había sentido atraído hacia donde ella estuviera. Ya no podía estar lejos de Bridgette, como tampoco podía dejar de torturarse mirándola y pensando en internarse en lo más hondo de su ser.

—¿Crees que soportaría la tensión de una sorpresa en estos momentos?— le preguntó Félix al doctor Stephens.

—Por supuesto. ¿Qué se te ha ocurrido?

—Una visita de su familia. Plagg volverá cualquier día de éstos de América, cargado con una tía y dos primas.

—Le sentará estupendamente, pero no dejes que se exceda, ¿de acuerdo?

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora