𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 19

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Bridgette exploró la multitud en busca de Claude. Llevaba cerca de dos horas en el baile de los Wilmington y él seguía sin aparecer. Se apoyó en una columna, con los brazos cruzados por delante, dando golpecitos con la punta del pie en la baldosa de mármol. Estrangularía personalmente a Alya si no le había hecho llegar la nota.

Un joven algo presumido, al que identificó como el hijo menor del conde de Whitstone, se le acercó sonriente. Brid frunció el cejo y aceleró el ritmo de su golpeteo. Aquella noche no estaba de humor para charlas insignificantes y, de momento, había tenido la suerte de que la parlanchina señora Clark estuviese enfrascada en una cruda partida de loo con las otras merodeadoras.

—Buenas noches, lady Darfield— la saludó el joven.

—Buenas noches, señor.

—La estaba observando desde el otro lado del salón. He visto que lleva un rato sin bailar y he pensado que quizá sea porque aún no tiene su carnet de baile completo— le comentó esperanzado.

Bridgette forzó una sonrisa.

—¡Ah! No, verá, me he torcido el tobillo dando un paseo por el parque esta mañana y me temo que no estoy en condiciones de bailar hoy— mintió con dulzura.

—¿En serio? No la he visto cojear— observó el joven Whitstone mirando con incredulidad el pie con el que golpeteaba el suelo.

Ella se miró el pie también y frunció el cejo. Tía Nathi tenía razón: no era capaz de engañar a nadie aunque su vida dependiera de ello. Hasta aquel pequeño vanidoso lo sabía. Pero Félix no, ¡maldita sea!

—Lady Darfield.

Bridgette se volvió al oír la voz de Claude y se olvidó por completo del joven aristócrata. Hizo una leve mueca: su primo tenía un aspecto espantoso. Estaba demacrado y ojeroso. Miró inquieta al hijo del conde.

—Si me disculpa, señor...— murmuró, acercándose rápidamente a su primo y dejando a Whitstone boquiabierto con su perfecto caminar. —Temía que no hubieses recibido mi mensaje— le susurró.


Mirando disimuladamente alrededor, agarró a Claude por el brazo y se lo llevó a un rincón oscuro del salón al que se había trasladado una jardinera de plantas inmensas para dejar sitio a los bailarines.

—Necesito tiempo para pensar.

Brid casi empujó a Claude tras una de las plantas gigantes y le plantó cara con los brazos en jarras. Él la miró y luego bajó la vista al suelo, donde la ancló. Ella frunció el cejo. Lo encontraba muy abatido y sólo podía imaginar que fuera porque de algún modo sospechaba que lo habían descubierto.

—Claude, sé lo de las muñecas— empezó.

Claude levantó una mano y negó con la cabeza.

—No sigas, pequeña...

—No, ¡no sigas tú! No has sido muy sincero conmigo, Claude. Todo es mentira, ¿verdad?— quiso saber.

Su primo la sorprendió asintiendo con la cabeza, y eso la desarmó de inmediato. Se dejó caer contra la pared, con los brazos a los lados. En parte, había esperado que lo negara. Dios, ¿por qué iba a negarlo?

—Pero ¿por qué?— murmuró ella.

Lahiffe se encogió de hombros y la miró con sus ojos celestes.

—Me dejó sin nada, Brid. Yo era el único familiar varón que le quedaba, y me pareció tremendamente injusto. Darfield es un hombre muy rico, no necesita tu herencia y, en aquel momento, el plan no me pareció tan horrible.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora