𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 13

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Londres.


Bridgette golpeó la superficie de la mesa con la pluma seca y se quedó mirando por la ventana la rama agitada por la brisa primaveral. Le costaba creer que estuviese en Londres y, más aún, que la ciudad ya no tuviese para ella el atractivo que habla tenido en su día. Cuando Félix le había comunicado que tenían que irse, ella le había dicho que no quería moverse de Blessing Park. El tiempo que habían pasado allí había sido delicioso, los días más dichosos y placenteros de su vida. Él le había respondido que era poco práctico quedarse allí para siempre, y que cuanto antes la presentara en sociedad, antes decaería el interés por ella. A Bridgette le daba igual que la presentara en sociedad o no, pero obviamente a él sí le importaba, y Adrien no le había servido de mucho, porque había apoyado la decisión de su amigo. Sonrió para sus adentros al recordar que en cierta ocasión la había amenazado con dejarla en Blessing Park. Sentada en su enorme despacho de la casa de Londres, repasando los cientos de invitaciones que habían recibido, deseó haberle pedido aquella amenaza por escrito.

Aún no se había aventurado a salir, salvo para ir a la exclusiva modista a la que Félix se había empeñado en pagar una pequeña fortuna para que la vistiese de la más exquisita alta costura. Su prima Marinette se habría quedado pasmada con los tejidos y los estilos. Su única otra salida había sido para acompañar a la anciana tía abuela de Félix a una tetería una tarde.


Aquella salida había causado bastante revuelo. Su té con la tía Neva, algo anciana, había empezado sin incidentes, pero, cuando otros clientes se habían percatado de que era la esposa del misterioso marqués de Darfield, se había producido una lluvia constante de visitas a su mesa, todas ellas en busca de una presentación. Se estaban asfixiando en aquel establecimiento, y a la tía Neva se la veía muy pálida. Bridgette se había visto obligada a hablar casi con la sala entera para poder sacar a la anciana sana y salva de aquella multitud y llevarla hasta el coche que las esperaba.

Semejante interés en ella le resultaba peculiar, claro que Félix era una especie de celebridad. Había oído suficientes cotilleos para saber que la aristocracia londinense casi creía que había resucitado de entre los muertos, pero ella no tenía nada de extraordinario. No obstante, si aquella tarde en la tetería o la pila de invitaciones significaban algo, todos aquellos nobles debían de estar muy interesados en ella. Y aquella noche, pensó aterrada, era el baile de los Delacorte. Plagg le había dicho que era el acontecimiento de la Temporada, al que asistiría todo el que era alguien.


—Lady Darfield, ¿ha decidido si aceptará la invitación de la duquesa de Kent?— le recordó el secretario.

Bridgette aparto la vista de la ventana para mirarlo.

—¡Ah! No sé, Plagg, ¿qué te parece?— preguntó apática.

—En mi opinión, uno no rechaza a la duquesa de Kent a menos que se encuentre en su lecho de muerte— respondió.

Brid gimió, dejó la pluma y se levantó de pronto.

—¡Hoy no puedo pensar! Plagg, discúlpame, por favor. Creo que necesito dar un paseo.

—Pero ¡milady!— protestó el hombre mientras Bridgette se detenía para estirarse las faldas. —¡Hay un montón de correspondencia por responder!

Brid sonrió y le dio una palmadita en el brazo.

—Seguro que puedes encargarte tú de ella— le dijo sonriente y salió por la puerta a pesar de sus protestas.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora