𝑬𝑷𝑰𝑳𝑶𝑮𝑶

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Doce años después...


Félix firmó de prisa unos documentos que Plagg le había entregado. Un repentino silencio le hizo levantar la cabeza, con la pluma anclada al papel. La música había cesado, le dio a su secretario un puñado de papeles y se volvió para saludar al niño que salía disparado hacia el balcón.


—¡Papá, papá!— gritó éste arrojándose a los brazos abiertos de su padre.

—Thomas, ¿cómo está mi chico?— preguntó Félix mientras le revolvía el pelo y lo abrazaba con fuerza antes de dejarlo en el suelo. —¿Ya has terminado tu clase de música?

El niño asintió enérgicamente con la cabeza.

—¡Mamá dice que algún día podré tocar con una orquesta!— anunció orgulloso. Félix dudaba que su hijo supiese lo que era una orquesta.

—Claro, hijo.— le contestó risueño


En realidad, sus tres hijos poseían un talento prometedor. Ya no tenía que imaginarse la orquesta cuando Bridgette tocaba. Con Emille al piano y Sabine al violín, las tres mujeres de la familia interpretaban hermosos tríos. Thomas, el más pequeño, prometía aún más que sus hermanas con los instrumentos de cuerda. Félix se sentó y colocó al muchacho en su regazo.

—Tía Mari y tío Adrien vienen a cenar, ¿lo sabías?— preguntó el marqués.

El niño frunció el cejo.

—Tienen un bebé, papá, y no para de llorar. Mamá dice que eso es lo que hacen los bebés, pero ¡yo no recuerdo haber llorado tanto en mi vida!— aseguró, cruzándose de brazos y dando un cabezazo para mayor énfasis.

Félix y Plagg rieron.

—Te aseguro, principito, que tú también llorabas— le dijo su padre.

Thomas arrugó la nariz y ladeó la cabeza para mirarlo.

—¿Sí?— preguntó incrédulo.

—Por supuesto— repitió Félix, luego se inclinó y le susurró al oído: —Pero no tanto como Emille, y muchísimo menos fuerte que Sabine.

—Nadie llora tan fuerte como Sabine— declaró el niño, poniendo los ojos en blanco.


Como si los hubieran oído, dos niñas entraron dando brincos por la puerta del balcón.

—¡Papá!— gritaron al unísono.

Félix sonrió cariñoso a sus dos hijas. Emille, que tenía el pelo tan rubio como el sol y los ojos azul claro, se parecía a él. Sabine tenía el cabello y los ojos azulinos de su madre. Thomas, el pequeño, era una curiosa mezcla de los dos, con la cabellera azul oscura de su madre y los ojos verde grisáceo de su padre.

A Félix los tres le parecían los niños más guapos que había visto jamás, y eso que se consideraba bastante neutral en su valoración. Claro que, siempre que se lo decía a Adrien, su buen amigo no estaba de acuerdo, y señalaba a su hijo y a su hija recién nacida como prueba de que Mari y él, habían tenido la descendencia más hermosa.


—¿Qué haces, papá?— preguntó Sabine ojeando unos papeles que él había dejado en la mesa de hierro forjado.

—Espero a tu madre, mi amor. Anda, no toques eso.

La niña se retiró en seguida y volvió su rostro precioso a su padre.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora