El rumor de la discusión de los marqueses de Darfield corrió como la pólvora entre la aristocracia londinense. En las teterías y los salones de Mayfair, la suposición era generalizada. Nadie podía ignorar la tentadora historia de los Darfield: un hombre sombrío con un pasado aún más sombrío, de pronto casado con una belleza que al parecer, había salido de la nada. Una gloriosa presentación en sociedad, seguida por una misteriosa discusión.
Muchos de los que habían presenciado el desafío entre lady Rossi y lady Darfield en la fiesta de Harrison Green, creían que la amante de Félix era la culpable. Otros, en cambio, sostenían que la americana había mostrado públicamente un grado de escándalo que el marqués no podía tolerar. En cualquier caso, la historia de los Darfield era mejor que las novelas más populares del momento y, en su afán por alimentar su insaciable apetito de chismorreos, la aristocracia londinense había inundado tanto a Félix como a Bridgette de invitaciones a fiestas, bailes y cenas.
Tras el incidente de la mansión de Harrison Green, Claude le dijo a Bridgette que no le parecía sensato volver a acompañarla, dado el espantoso humor de Lord Darfield. Ésta había aceptado a regañadientes, pero, negándose a quedarse encerrada en casa mientras su esposo se divertía con su amante, logró que el lord de Southerland la acompañase de buen grado. Su rabia la había catapultado al nivel de una furia agotadora, por lo que la marquesa asistía a todos los eventos que podía. El único modo que tenía de escapar de la pena que todo aquello le producía era sumergirse en el torbellino de la sociedad. Al menos, en aquellos insufribles actos, se olvidaba de el por unas horas.
Bueno, casi. Para consternación suya, nunca lo tenía muy lejos de su pensamiento, ni de su persona. Al parecer, asistía a los mismos actos que ella y se divertía con distintas mujeres para restregarle por la cara lo poco que le importaba.
Aquello la enfurecía y le dolía; ella se vengaba bailando a menudo con tantos hombres como podía. Si a Félix le importaba, no daba muestras de ello. La ignoraba descaradamente casi todo el tiempo y, si sus caminos se cruzaban accidentalmente, él se mostraba muy seco y distante. Él había tomado por costumbre dirigirse brevemente a sus acompañantes como si ella no existiese. Si le dirigía la palabra en algún momento, era para hacerle algún comentario grosero. Bridgette le replicaba acalorada con algún «Déjame en paz» o el igualmente hiriente «lárgate». No parecía encontrar las palabras cuando lo tenía cerca.
A pesar de lo furiosa que estaba, no podía evitar que el marqués le recordase a un pajarillo liberado de su jaula. Revoloteaba por la sala, de atractivo en atractivo.
Era obvio que ella había sido su jaula.
Empezó a replanteárselo todo. ¿Se había imaginado lo que había sucedido entre ellos? ¿Había estado tan enamorada de él que le había atribuido sentimientos que él nunca había albergado? Cuando él se percatara de la verdad, ¿querría recuperarla? Le costaba creer que quisiera, teniendo en cuenta cómo la evitaba a toda costa. ¡Cielo santo!, después de todo lo que había pasado, aún lo amaba. No podía dejar de amarlo, por mucho que lo intentara. Ni siquiera la intimidante presencia de lady Rossi sofocaba su amor.
Su desánimo se tornó en absoluta miseria cuando empezó a sospechar que estaba embarazada. Su periodo nunca había sido muy regular, pero después de cuarenta y cinco días de retraso y con los ataques de fatiga extrema que sufría, ya no podía negarlo. Su embarazo la tenía a la deriva en un mar de emociones incontrolables.
Tan pronto la entusiasmaba la idea de tener un bebé, un hijo de Félix, como el ánimo le caía en picado. Si no la quería a ella, ¿querría a su hijo? Por las noches daba vueltas sin parar, incapaz de conciliar el sueño como consecuencia de su desesperada situación o porque echaba muchísimo de menos sus abrazos. ¡Dios, cuánto ansiaba hablar con su tía! No tenia con nadie la confianza que había tenido con ella y sus primas, no podía hablar con nadie de su situación. Así que se enfrentó ella sola a su conflicto interno.
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𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐
De Todo-𝐇𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐚 𝐥𝐚 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚 𝐦𝐚𝐬 𝐠𝐞𝐥𝐢𝐝𝐚, 𝐬𝐞 𝐥𝐞 𝐨𝐭𝐨𝐫𝐠𝐚 𝐞𝐥 𝐥𝐮𝐣𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐭𝐚𝐧 𝐞𝐱𝐭𝐫𝐚𝐨𝐫𝐝𝐢𝐧𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫. Bridgette Dupain-Cheng parte rumbo a Inglaterra para casarse con Fé...