𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 9

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Aquella tarde, cuando Félix llegó a la casa, dos mozos de cuadra salieron a recibirlo y como de costumbre, Nino lo esperó a la puerta. Subió los escalones de piedra, algo contrariado de que no fuese Bridgette quien estuviera de pie donde se encontraba el mayordomo en aquel momento.

—Bienvenido a casa, milord— dijo sin entusiasmo, y le tendió las manos para recogerle el sombrero y los guantes.

—Gracias, Nino. Que me preparen un baño, por favor. He debido de toparme con el camino más embarrado de todo Southampton— señaló mientras adelantaba al sirviente en dirección a la magnífica escalera.

Subió los peldaños de mármol hasta la primera planta y enfiló el pasillo con la esperanza de toparse con Bridgette. Por razones que no acababa de entender, ni le preocupaban, quería verla.

No la vio, pero la oyó. Una pieza musical rápida y alegre sonaba en las habitaciones de la planta superior, si le hubiesen preguntado, habría dicho que se trataba de Bach. Sonrió para sus adentros mientras se dirigía desenfadado a su cuarto. Las notas del violín de Brid resolvieron inmediatamente dos de sus dudas: estaba cerca y de buen humor.

Félix entró en su habitación y saludó a Damon, su asistente personal, que estaba guardándole unas camisas recién lavadas. Fue directo a un pequeño escritorio, meneando la cabeza al ver que su empleado le miraba las botas y se acercaba a él.

—Como estoy seguro de que me puedo quitar las botas yo solo, no voy a necesitar tu ayuda.— Sonrió al criado, imperturbable; éste le hizo una reverencia y se dispuso a salir de la habitación mientras Félix abría un cajón y sacaba papel.

—Un momento. Quiero que entregues una nota.— Félix se sentó en una silla tapizada color arce y mojó la pluma en el tintero. Le escribió rápidamente una nota a Bridgette comunicándole su regreso y pidiéndole que cenara con él esa noche. Cuando recibió la respuesta, estaba sumergido hasta el cuello en un baño de agua caliente. Félix le indicó a Damon que le acercara la nota y, con cuidado de no emborronarla, la leyó.

«Gracias, Me encantaría.» No decía más pero Félix se sorprendió sonriendo.

Diez minutos después de la hora de la cena, paseaba nervioso por delante de los ventanales de la sala dorada, y la espera empezaba a resultarle interminable. Estaba muerto de hambre, le rugía el estómago y estaba agobiadísimo. Cuando al fin Nino entró en la sala cargado con una bandeja de vasos de cristal, Félix le preguntó:

—¿Dónde está lady Darfield?

—Aquí— respondió Bridgette, serena, mientras entraba detrás del mayordomo. Llevaba un vestido de brocado color plata rematado de perlas diminutas. Por encima del escote recto, un collar también de perlas descansaba en su pecho. Se había peinado hacia atrás y el pelo le caía a modo de oscura cortina de rizos sedosos, con un mechón por la mejilla. Bajo sus pestañas largas y negras, chispeaban sus ojos azules. —Bienvenido a casa— sonrió.

—Gracias.— Félix inspiró despacio, maravillado de haber logrado casarse con una mujer tan hermosa sin haberlo querido siquiera. —Empezaba a pensar que no vendrías— dijo, cruzando la sala para recibirla.

Brid sonrió algo tímida. Parecía contento de verla, lo que resultaba muy extraño, teniendo en cuenta que había juzgado oportuno marcharse a Brighton de nuevo para huir de ella.

—¿Que bebes esta noche: ron, whisky?— Sonrió mientras sus ojos grises exploraban el rostro de Bridgette. La proximidad de aquel hombre le producía un cosquilleo en la piel.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora