𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 16

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Bridgette miró a Nino sin verlo.

—¿Félix quiere hablar conmigo?— preguntó por segunda vez.

—Sí, señora— contestó el mayordomo apenado. Bridgette se levantó insegura de la silla en la que había estado sentada desde que había huido del salón. Debía de llevar horas allí, mirando obnubilada un retrato de la pared. Sus pensamientos eran caóticos. Tan pronto temía por Claude y lo creía victima de otra de las mentiras del capitán Dupain como se preguntaba si su padre podía haber cambiado de idea tan de repente cuando era evidente que hacía años que lo tenía todo previsto. Sufría por Félix, la verdadera víctima de los engaños del capitán, pero también temía que él la creyera cómplice de aquello. Entonces la enfurecía pensar que él pudiera juzgarla tan atrevidamente. Si los últimos meses habían significado algo para él, sabría que ella no tenía nada que ver. Claro que tampoco tenía por qué. Los Dupain no habían sido precisamente un modelo de sinceridad hasta el momento.

¿Y si no le creía? No podría enfrentarse a esa posibilidad.

—¿Te ha dicho algo?— inquirió ella, con la voz temblorosa de la tensión.

Nino negó con la cabeza.

Bridgette asintió en silencio.

—Gracias, Nino— murmuró y se dirigió despacio a la puerta.



Le pesaban las piernas, casi no podía moverse. Pero no podía ni quería evitar a su marido, por mucho que lo temiera en aquel momento. Al llegar a la planta baja, se detuvo delante de la puerta de roble cerrada de su despacho y se quedó mirándola mientras reunía el valor necesario. Varios minutos y varias bocanadas de aire después, cogió con fuerza el pomo de bronce y la abrió.

Al ver a Félix rígido, de espaldas a ella, mirando por la ventana, creyó que iba a desmoronarse. Por la pose, supo que no la creía. Tenía las manos firmemente entrelazadas tras su estrecha cintura y sus piernas musculosas bien separadas. Le vino a la cabeza una imagen fugaz de los dibujos que sus primas y ella hacían del audaz capitán al timón de su barco. Félix no se volvió.

—¿Por qué no me dijiste nada de tu primo?— le preguntó, yendo directamente al grano en un tono frío como el hielo.

Nerviosa, Bridgette se llevó la mano a la frente, pero en seguida recobró el ánimo y la bajó.

—Él no quería presentarse hasta que cambiase su situación. Creyó que pensarías mal de nosotros.

—¿De nosotros?

—Creyó que pensarías mal de él por no tener un trabajo decente, y de mí...; creyó que pensarías mal de mí por su culpa.

—Entonces, ¿te pidió que no me hablaras de él?

—Por un tiempo— murmuró Bridgette.

Félix tensó los hombros.

—¿Y tú no hacías más que complacerlo?— Aunque su tono de voz era impersonal, casi desenfadada aún no se había vuelto a mirarla.

—N-no... no me pareció nada malo.

—¿No te pareció mal mentirme?

A ella le dio un vuelco el corazón.

—Yo no le he mentido. Simplemente no te lo he contado todo.

Félix no dijo nada. El silencio creó un abismo enorme entre ellos, y Bridgette sintió de pronto la necesidad urgente de salvarlo.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora