𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 22

401 24 4
                                    




Bridgette se quedó en las ruinas un buen rato después de que se fuera Claude. ¡Todo era tan confuso...! Durante las últimas semanas se había visto invadida por una tristeza que no lograba apagar. Algo había muerto en su interior, algo que no estaba segura de querer revivir. Algo que no sabía si podría resucitar.

Había sido muy duro para ella. Félix parecía estar siempre donde ella estaba, aunque guardando las distancias. Por un lado, lo despreciaba, pero por otro, lo amaba profundamente. Era imposible no amarlo. Por más que lo intentaba, no lograba enterrar los sentimientos que él le inspiraba en lo más recóndito de su alma. La había traicionado y se había negado a confiar en ella cuando más lo necesitaba, pero en aquel día luminoso y despejado, no podía contener la sensación persistente de que su primo tenía razón. A Félix le habían hecho daño tantas veces... ¿Por qué no iba a creer que aquél, era un intento más de engañarlo y humillarlo?

—Ay, Dios— suspiró. Lo cierto era que ella le había ocultado a Félix sobre Claude. Quizá había llegado el momento de asumir su responsabilidad en lo sucedido.





A Félix lo sorprendió la presencia de Bridgette en el comedor aquella noche. Estaba preciosa con aquel vestido azul oscuro de gasa y terciopelo, adornado con pequeñas cuentas de cristal que reflejaban la luz cuando se movía. Su melena azul oscuro, peinada hacia atrás, le caía por la espalda en forma de sedosas ondulaciones. Estaba más hermosa de lo que recordaba haberla visto nunca.

—Me alegra que hayas decidido unirte a nosotros. ¿Te apetece una copa?— se oyó decir Félix.

Ella sonrió tímidamente, desconcertándolo. No esperaba una sonrisa. No, aquello era lo último que esperaba.

—Un vodka, por favor— contestó con voz suave.

Desde el otro lado de la sala, Adrien, que la miraba fijamente por encima de su copa de madeira, se quedó tan atónito como Félix. El marqués le hizo una seña a Anderson, que le sirvió la copa en silencio y se la entregó. Luego, Félix se dirigió a ella, agarrotado, y se la ofreció.

—Gracias— dijo ella recatada. Lo miró a través de sus inmensas pestañas y se ruborizó ligeramente.

A Félix lo perturbaba tanto aquel cambio de actitud que se consideró afortunado de haber podido darle el vaso de vodka sin que se le cayera de las manos.

—Parece que te ha sentado bien el paseo— señaló, a falta de algo mejor que decir.

Ella le dedicó una de sus sonrisas perfectas, y a él se le cayó el alma a los pies.

—Ha sido muy agradable, milord. Creo que ya lo he resuelto todo— respondió tranquila.

Félix tragó saliva; no tenía ni idea de cómo interpretar aquella repentina serenidad.

—Le estaba contando a Félix que La Belle está amarrado en el puerto de Brighton. Su viaje inaugural ha sido mucho más satisfactorio de lo que esperábamos; el trayecto completo, de ida y vuelta al Mediterráneo, se ha hecho en un tiempo récord— comentó Adrien desde el otro lado de la sala. —Y otro de nuestros barcos más nuevos, el St. Lucie, está anclado en Portsmouth.

Bridgette se giró educadamente hacia Adrien y cruzó la estancia para sentarse muy delicadamente en el sofá de enfrente de él. Al cabo de unos minutos, Félix reunió las fuerzas necesarias para trasladarse a un sitio cerca de la chimenea.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora