𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 3

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Al fin, tras un viaje largo y agotador, el carruaje se detuvo delante de la mansión de estilo georgiana de arenisca rosa. Bridgette supuso que tenía tres pisos; era al menos tan grande como la casa más espléndida que había visto en su vida. Sin embargo, en aquel momento, las dimensiones de la vivienda le interesaban mucho menos que la perspectiva de ver a Félix. Después de tantos años, tanta emoción, tanta ilusión, se puso nerviosísima mientras esperaba a que lord Adrien Hunt la ayudase a bajar del coche.

Se sintió decepcionada en cuanto se abrió la puerta principal y un hombre de mediana edad salió corriendo a la nieve. A su espalda, otro hombre algo mayor esperaba junto a la puerta, retorciéndose inquieto las manos enguantadas de blanco. El más joven miró a la ojiazul sin verla apenas y luego se volteó hacia Adrien.

—Lord Hunt, ¡no me diga que no ha podido encontrarla!— dijo muy seco.

—No seas imbécil, Plagg, ésta es la señorita Dupain-Cheng— le gruñó Adrien.

Plagg se volteó de pronto hacia Brid y se le quedó mirando perplejo.

—¿S-señorita Dupain-Cheng?— tartamudeó. Después, recobrándose inmediatamente, hizo una reverencia y señaló la mansión con el brazo —Si es tan amable, señorita Dupain-Cheng...— murmuró.

—¿Debo deducir por su reacción que, esperaba a una mujer con dos cabezas?— rió la peliazul tensa.

—¡Por supuesto que no!— bramó Plagg y le señaló de nuevo la puerta.

Bridgette se deslizó ligera por la nieve hasta el vestíbulo. En el interior, el caballero de anteojos y traje negro le hizo una gran reverencia.

—Bienvenida a Blessing Park, señorita Dupain-Cheng— sentenció —Soy Nino, el mayordomo. ¿Me permite su capa?

—¿Está lord Darfield en casa?— preguntó ella mientras se quitaba la prenda, ignorando la mirada de perplejidad del mayordomo.

—El marqués está en casa y la espera en su estudio.

Entendía que no hubiese ido a buscarla a Portsmouth, pero al menos podía haber salido a recibirla a la puerta. Nino y el tal Plagg la miraron con cautela, como si esperasen que hiciera algo raro, salir corriendo por ejemplo, la idea se le pasó por la cabeza, pero en su lugar, respiró hondo para disipar cualquier duda.

—¿Cómo se va al estudio?— preguntó a nadie en particular.

Plagg dio un paso adelante, señaló a la derecha y empezó a caminar enérgico por un largo pasillo de gruesa alfombra azul y paredes forradas de seda.

—El marqués la espera, señorita Dupain-Cheng. De hecho, la esperábamos hace una hora— anunció.

Dobló la esquina y tomó otro largo pasillo, acelerando aún más el paso, hasta que llegó a una puerta de nogal de doble hoja y se detuvo, la miró un instante antes de abrirla de par en par. Luego le hizo un gesto con la cabeza a alguien de dentro, y a la ojiazul se le hizo un nudo en la garganta. Consternada, se percató de que le temblaban las rodillas.

Miró histérica a Plagg.

—¿Está ahí dentro?— susurró, avergonzada del estremecimiento de su voz.

—Sí, señorita— contestó él, haciéndose a un lado.

Brid se quedó paralizada, mirando fijamente la puerta. Después de tantos años, le alegraba reunirse con él, pero la idea de que quizá ella no fuese de su gusto, o que la encontrase con falta de talento, o incluso desabrida, empezó a darle vueltas en la cabeza. Miró desamparada a Plagg, luego a Adrien.

𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora