Prólogo

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Las luces que flanqueaban la carretera pasaban rápidamente a través de los cristales de las ventanas

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Las luces que flanqueaban la carretera pasaban rápidamente a través de los cristales de las ventanas. El cielo era oscuro y no podía distinguir nada que no fueran árboles o postes de luz; a veces también aparecían las señales amarillas de precaución, pero no lograba distinguir qué dibujo tenían encima.

La luna era nuestra única compañera, brillaba desde lo alto y nos miraba.

El auto derrapó, se escuchó un sonido bastante fuerte a la vez que este comenzaba a girar. El tiempo parecía ser muy corto como para reaccionar, o pensar en otra cosa. Así como empezó, quedó quieto sobre el suelo.

Lo único que podía ver era el cristal roto de la ventana a un costado de mí, el bosque al otro lado y unos ojos grandes amenazantes, debajo de estos comenzaron a aparecer unos dientes afilados, acompañados de un gruñido. Cuando la criatura se abalanzó sobre mí, grité.

🐾

—Ya deja de gritar —ordenó Cameron, que se encontraba en el umbral de la puerta de mi habitación. Todo lo que vi y sentí sólo había sido una pesadilla—. Cambiaré el foco de tu lámpara, ¿contenta? No debes gritar cada vez que se funde, llorona.

No dije nada, ni siquiera me moví. Estaba empapada en sudor y con la respiración agitada. Si cerraba los ojos podía ver esos ojos perseguirme.

Las únicas fuentes de luz eran la puerta abierta, que la dejaba entrar desde los focos que se encontraban en el pasillo, y la ventana, por donde se colaba la luz nocturna. Ambas hacían que el cabello de mi hermano pareciera plateado en lugar de rubio.

Escuché los pasos de Cam acercarse, atravesando la oscuridad de mi habitación, abrió un cajón de mi mesita de noche para sacar el nuevo foco y prosiguió a cambiarlo. Una vez terminó, prendió la lámpara en la luz más tenue que ésta permitía poner de tres.

—Gracias —susurré.

Sus ojos se posaron sobre mí. Aún con la luz, carecían de color y brillo, y expresión. Me dio la espalda para salir y regresar a su habitación.

—Ya duérmete.

—¿Sabes qué es lo que soñé?

Suspiró.

—Puedo imaginarlo —dijo fastidiado y sin mucho interés.

—Con el día del accidente. Estoy segura de que vi algo cuando...

—No había nada ahí —me interrumpió—. Los policías dijeron que un ciervo fue lo que asustó a papá, no un lobo. No había lobos cerca. El psicólogo ya te dijo que lo imaginaste todo.

El psicólogo.

Ese sujeto había hablado con Cameron sin decírmelo, prometiendo confidencialidad. Nadie me creía. Para ellos, mis palabras eran mentiras. Hasta yo comenzaba a creer que eso era así. Y es que, mientras más pensaba en la posibilidad de que uno de mis vecinos se haya transformado en un animal aullante, menos sentido tenía.

—Duerme, Clara. Mamá y Cami ya no están, pero yo sí, y papá —su voz había cambiado a ser más tranquila y, a pesar de haberse alejado, lo sentía más cercano por eso.

—¿Prometes que no me vas a dejar? ¿Nunca?

Tomó el pomo de la puerta para cerrarla, pero dejó una ranura lo suficientemente grande como para mirarme desde el pasillo.

—Prometo siempre cambiar el foco de tu lámpara cada vez que se funda.



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Se te ama, adora y te mando un beso hasta el otro lado de la pantalla.

FEVER •|| 𝐻𝑖𝑗𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝐿𝑢𝑛𝑎 𝐼 ||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora