Capítulo 11: Conocida Inesperada

83 19 29
                                    

Mina

 Despierto desorientada y sin saber en dónde estoy, mi vista comienza a acostumbrarse a la luz opaca del lugar, parpadeo un par de veces antes de sentir la mirada de alguien sobre mí. 

  —¡Que bien! Has despertado —una chica de cabello negro y lacio capta mi atención. Me ve con un alegre semblante en su rostro mientras me extiende un plato de sopa recién hecha.

  —¿Dónde estoy? —respondo tomando el tazón que me ofrece.

  —Cerca de Playa Blanca. Te vi ahí —me atraganto con la primera cucharada y toso un poco, ella me da palmaditas para que me calme, su gesto cambia a uno de preocupación. Cuando logro relajarme, ella se separa de mí y va por un banco que saca de lo que supongo es la cocina—. Sentiste mi presencia, me buscaste, pero me escondí detrás del restaurante, la gente tiene prohibido estar en la playa debido a... —guarda silencio de golpe, como si hubiese dicho algo que no debía y apenas se percatase. 

  —Tu misma lo has dicho, la playa es un sitio Prohibido. Veo que tú tampoco acatas las indicaciones de las autoridades —traga saliva de forma nerviosa, saca una servilleta de su mandil y me la tiende, la tomo con precaución. 

  —No me lo tomes a mal, no era mi intención espiarte. Soy la hija del jefe de los guardias y solo por él puedo saltarme las reglas —dice nerviosa.

  —¿Qué tanto viste? —pregunto y llevo otra cucharada de sopa a mi boca.

  —No vi cuando llegaste. Estaba contemplando el mar, a la mayoría de la gente le da miedo su agresividad, para mí, es todo un espectáculo —sonrío de medio lado—. Vengo de la capital y hace apenas dos años me mudé a un pueblo cercano, así que casi no había tenido la oportunidad de venir a la playa. Si no fuese por el trabajo de mi padre, no estaría aquí ahora.

  —¿Significa que viste cuando me metí al mar? —ella asiente tímidamente, agradezco que mi transformación haya sido una vez que la ola me tragó por completo.

  —En cuanto vi eso, corrí al sitio cuando la ola bajó, por desgracia, se llevó también la ropa que habías dejado —levanto un poco la cobija que me cubre y veo que tengo un camisón que no es mío—. No sé porque lo hiciste, pero decidí avisar a mi padre de lo que vi en la playa. Le dije que eras mi amiga, que nos habíamos conocido en el pueblo hace unos días y que te invité a dar un paseo por la playa, pero que cuando fui a buscar algo de comida, una ola te había tragado y yo no pude ayudarte porque el mar se puso más agresivo. En parte es cierto, quería meterme a rescatarte cuando vi que tardabas, pero el mar aumentó su peligrosidad en ese minúsculo rato.

 Escucho su relato con atención. Supongo que tendremos que revelarnos unos cuantos datos de nosotras si es que su padre se aparece por aquí o está aquí. Además, siendo de la policía, si no fuera por esta chica ya estaría perdida con un largo y tedioso interrogatorio.

  —¿Por qué me ayudaste? —pregunto y ella me mira.

  —Como te dije, soy nueva y no tengo muchos amigos que digamos, solo mi primo.

  —¿Tu primo es de por aquí? —curiosa, la miro. A decir verdad, esos ojos verdes se me hacen familiares de algún sitio.

  —Sí, pero dudo que lo conozcas. Suele ser muy solitario y cerrado —se encoje de hombros y me quita el plato de sopa que ya me he terminado. Intento pararme, pero escucho mis músculos tronar en el intento.

  —No hagas el esfuerzo por levantarte, te encuentras muy débil —dice y se voltea de reojo para mirarme. Me he sentado—. No nos hemos presentado aún. Me llamo Laisa.

Atlántida: El Renacer del Imperio (I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora