Mina
Ha pasado una semana desde que me fui junto con Celeno de la isla, estábamos a mitad de la nada en busca de la gema de Poseidón, pero desde que fui capturada por los renegados, los pergaminos que Cristál me daba no tienen texto alguno. Además, mi hermana no tiene ni la menor idea del paradero de las gemas ya que nunca nadie se molestó en buscarlas, al menos no las pléyades, ya que nuestro padre sabe su ubicación exacta.
—Lo mejor será dividirnos —dice mi hermana mientras nos paramos a descansar en otra isla de las tantas que hemos descubierto como refugio—. Vuelve al lugar en donde vimos por última vez a los demás. A estas alturas ya no estarán esperándote.
—Puede que alguien vigile —contesto no muy convencida.
—Si es el caso, será el hechicero. No es alguien que te desagrade del todo, ¿O sí? —la mirada sugerente con la sonrisa ladina que me lanza Celeno, hace que suspire y en mi rostro se forme una pequeña sonrisa.
—Jordan es un idiota, nunca podría verlo como otra cosa. No pongas esa cara, es cierto.
—Nunca dije que fuese lo contrario —se defiende y yo niego divertida.
—No los quiero ver, no ahora. Solo ha pasado una semana desde la última vez que pasó lo de Rose y Perséfone con su gente. Además, tenemos asuntos urgentes que debemos resolver —con la mirada puesta en el horizonte y la brisa marina jugando con nuestro cabello veo un barco a lo lejos.
—Entonces es tu oportunidad de irte y buscar a Hefesto, él te ayudará —posa su mirada en el barco y yo miro con curiosidad.
—¿El Dios herrero? —asiente—. ¿Cómo se supone que lo encontraré?
—Lo reconocerás cuando lo veas —es lo último que dice antes de lanzarse al agua y desaparecer en las profundidades.
Veo el barco con resignación y hago señas para que me vean y vengan a "rescatarme". Un grupo de pescadores de la zona norte del océano Atlántico son los que me ayudan. No hablan mi idioma, solo inglés y francés característico de Canadá, el líder del barco es Robert Bhullar, un señor corpulento de estatura pequeña y apenas con un poco de cabello blanco y barba de candado, sus modales no son los mejores, pero le agradezco sus atenciones durante todo el trayecto a tierra firme, llegamos al puerto de pesca y me da algo de dinero para poder seguir mi camino que ni yo sé cuál es.
—Cuídate, niña. —Me dice con acento marcado.
La verdad es que no me quedaré aquí mucho tiempo ya que tengo a un dios griego que creía un mito al cual encontrar. ¿Quién lo diría? Iba a ir a Grecia y terminé en Canadá, lo peor de toda esta situación es que no tengo celular, no tengo suficiente dinero y no conozco Canadá. Me despido de Robert.
—I will, thanks for the help. —Me río al ver su cara.
—You knew English and you spoke to me in Spanish all this time, you stupid brat? —Río ante su comentario y doy la media vuelta sin decir nada más, uno de sus tripulantes me alcanza tomándome suavemente del brazo.
—Espera —volteo y reconozco al chico menudo de ojos alegres que hizo del camino algo más ameno—. Puedes quedarte en mi casa en lo que descubres como volver a la tuya. Además, no te sentirás tan incómoda, también soy de México, por si sirve de algo que lo diga —me sonríe amable cerrando sus ojos y soltándome apenado de mi brazo.
—Oh, gracias. No quiero causar molestias... —me interrumpe con voz nerviosa.
—No lo harás, es una morada humilde, pero que te servirá para no gastar el dinero que te dio mi capitán —señala el pequeño costal que sostengo en una mano—, pero la decisión es tuya.
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Atlántida: El Renacer del Imperio (I) ©
Fantasy¿Alguna vez te has preguntado qué pasó realmente con la Atlántida? ¿Existió o solo es un mito más dentro de la mente humana? Todo se basará de ahora en adelante en lo que tú mente crea, para creer solo hay que tener una mente abierta y dejar que lo...