CAPÍTULO VII: AL FILO DEL ABISMO (SEGUNDA PARTE)

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"Cada día abrir los ojos al mismo color que a diario me persigue, angustiante, enemigo de lo eterno. Cada noche ser intangible, tratar de tocar la materia y saber que no es, saber que la piel me separa del mundo... El pánico invade mi pequeñez terrena".

-C.V.

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Se detuvo unos segundos enfrente de la puerta. Un momento breve que ni siquiera le sirvió para pensar que estaba por irrumpir en medio de la noche. De hecho, probablemente estaba por amanecer. Abrió con cuidado, sin embargo, porque no quería molestar más de lo debido.

La verdad era que no quería estar solo.

Sabía bien que él mismo era quien siempre se alejaba, y que podía resultar egoísta que solo buscara compañía cuando el alfa en su pecho necesitaba ser apaciguado de alguna manera... Pero no podía hacer otra cosa.

Siempre lloraba en la lejanía y se revolcaba en su miseria, sintiendo como su cuerpo se marchitaba poco a poco, como un animal agonizante que se apartaba de todos para lamer sus propias heridas. Y más allá de que no le gustaba molestar a nadie con sus lamentos, lo que Harry realmente no soportaba eran las miradas de compasión que recibía de los demás.

"Nunca vi a un animal salvaje sentir autocompasión. Incluso un ave caerá muerta, congelada de la copa de un árbol, sin nunca haber sentido autocompasión".

No recordaba el momento exacto en que había escuchado a Liam leyendo en voz alta aquel fragmento de uno de sus libros. Lo que sí sabía era que le había dado mucho en qué pensar en ese entonces y que no había podido olvidarlo nunca. Odiaba que las personas creyeran que debían sentir lástima por él. Incluso si tenían una gran cantidad de motivos para hacerlo. Un niño huérfano que había crecido en un austero orfanato. Un adolescente sin futuro, andando a la deriva sin un destino final o dirección. Un joven delincuente mediocre y descuidado, que había arrastrado a su mejor amigo a un trabajo que luego de haber salido mal, les había cambiado la vida para siempre. Un alfa que había conocido la felicidad más plena y que había perdido a ese único motivo que tenía para vivir.

Harry no quería ser visto en ese estado lamentable y se iba lo más lejos que podía cuando sus recuerdos se agolpaban en su pecho y en sus manos de puños apretados y en sus ojos, y las lágrimas que a diario contenía terminaban por derramarse.

Pero había momentos en los que la tristeza se iba y algo mucho más doloroso y oscuro lo envolvía. Sus ojos quedaban ciegos. Su razón desaparecía. Harry quedaba encerrado en los recovecos más profundos de su mente, en donde solo había rabia y un deseo irrefrenable de morir.

Sabía que no debía quedarse solo cuando esos sentimientos llegaban.

Dos veces lo había hecho, y las dos veces había sido arrebatado de las garras de la muerte por aquel al que ya consideraba un hermano. Quedarse solo cuando su lazo fracturado lo hacía padecer la mayor de las agonías, podía llevarlo a cometer una gran e irreversible estupidez.

Por eso siempre regresaba.

La habitación estaba iluminada pobremente por la luz tenue y amarillenta de una lámpara de mesa, pero le fue suficiente para distinguir los ojos abiertos y brillantes de aquel beta. Zayn estaba tumbado a un lado de él, hecho bolita en el reducido espacio que quedaba en la cama. Harry fue capaz de escucharlo soltando bajos resoplidos. Estaba dormido, e incluso con eso, tenía el ceño ligeramente fruncido y mantenía una mano aferrada firmemente en la tela de la camiseta de Niall, como si temiera no encontrarlo al despertar.

ANDRAS: En el corazón del infierno (Libro 2 saga CIUDADES MALDITAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora