CAPÍTULO III: DAMNATIO AD BESTIAS

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"De la violencia y del hambre te reirás y no temerás a las fieras de la tierra"

Job 5:22

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Probablemente el dolor que sentía en el pecho era mucho más fuerte y más profundo que el dolor de sus heridas. Sin embargo, había tomado una decisión y a pesar de que había terminado en aquel lugar, asqueroso, oscuro y sanguinolento, juró que iba a tratar de no lamentarlo. No obstante, en momentos como ese, tendría que ser sincero al admitir que sí se arrepentía, porque a pesar de haber hecho todo lo posible, ni siquiera había conseguido salvar a ese omega y gracias a eso, el suyo, ese hermoso muchacho de ojos grises con quien compartía un lazo de amor tan profundo, se había quedado solo...

Se había quedado de pie en medio del pequeño huerto, con el aire helado topándole en el rostro y viendo cómo a lo lejos los coches se marchaban, llevándose a gran cantidad de alfas, entre ellos a su mejor amigo. Por un lado, se alegraba de no haber tenido que ir a los arrabales. Había estado en ese apartado lugar tan solo un par de veces y la desolación y la suciedad que colmaba aquel sitio, habían sido suficientes para hacerlo sentir enfermo en cuestión de minutos, con el estómago revuelto y las ganas de vomitar acumulándose en su garganta. Aun sí, no podía dejar de pensar que quizá hubiese sido más útil estando allá.

Pero Harry le había pedido que se quedara.

Liam sabía que el peligro se encontraba afuera de la finca, no adentro, pero su mejor amigo le había dicho que no se sentía tranquilo dejando a su omega solo y le había pedido que de ser posible, estuviese pendiente de él tanto como pudiera, así que se había quedado. Incluso si sentía que estaba siendo cobarde al no ir a arriesgarse allá afuera como todos los demás.

—¿Por qué siempre pareces tan pensativo? —preguntó aquella voz que tan bien conocía. Liam saltó un poco en su lugar, porque el chico pálido de ojos grises, siempre aparecía en el momento menos esperado. Se estremeció al sentir las pequeñas manos heladas de su omega, colándose por debajo de su camiseta. Se dio la vuelta y se encontró con aquellos hermosos ojos escudriñándolo.

—¿Comiste ya? —Fue lo primero que cuestionó al mirarlo, sin responder a la pregunta que el omega acababa de hacerle. El pequeño muchacho rodó los ojos con ligero fastidio, pero se aferró a la cintura de su alfa y hundió el rostro en su pecho. Aspiró con avidez el aroma a hierbas y canela. Liam lo sintió sonreír con el rostro pegado en su camiseta. Dejó un cariñoso beso en su cabello.

—¿Tienes algún afán de que me ponga gordo o algo así? Pareces muy entusiasmado con la idea de que empiece a rodar en lugar de caminar —reclamó separándose un poco y mirándolo a los ojos. Su labio inferior estaba ligeramente abultado. Liam rio ronco. Se contuvo cuanto pudo para no inclinarse a mordisquearlo. Su omega podía ser bastante exagerado y él amaba cada aspecto de su caprichosa existencia.

—¿Rodar? Eres más flaco que un fideo, además —murmuró inclinándose un poco contra su oreja. Afianzó las manos en la cadera del omega, los huesos eran prominentes y presionó un poco ahí, donde la piel era tirante y no había ni un solo gramo de grasa—, no me importaría ser capaz de encontrar unos cuantos rollitos aquí. —Pinchó la piel con dos de sus dedos. Luka se removió y soltó una ruidosa carcajada. Las cosquillas eran su debilidad.

El omega resopló calmando su risa y miró a su alfa. Liam se sintió abrumado bajo la intensidad de esa mirada. A veces se preguntaba si ese chiquillo sabría la forma en que lo afectaba con tan solo respirar. Seguía sintiéndose entre confuso y maravillado por lo que un lazo consagrado podía hacer en la vida de las personas. Seguía agradeciendo cada día que Luka hubiese aparecido en su destino.

ANDRAS: En el corazón del infierno (Libro 2 saga CIUDADES MALDITAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora