CAPÍTULO XXI: SENDERO AL CORAZÓN DEL INFIERNO (PARTE 2/3)

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"Pidan y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen y se les abrirá"

Mateo 7:7

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Soltó todo el aire que ni siquiera sabía que había estado conteniendo y sintió su cuerpo relajarse cuando el primer chorro de agua limpia descendió por su espalda. También ardía, no solo porque el agua estaba casi congelada, sino porque algunas de sus heridas estaban resistiéndose a sanar, probablemente por el nulo cuidado y por la suciedad y descuido en el que había pasado las últimas semanas. Esperaba que eso cambiara en los próximos días.

Tomó la pequeña barrita de jabón que amablemente le habían proporcionado y la llevó hasta su rostro. Respiró profundo sintiendo el aroma dulce expandiéndose por sus pulmones. Casi se sintió una persona nuevamente. ¿Cuánto tiempo hacía que lo habían sacado del lugar que había llegado a considerar su hogar?

—Cuatro meses —se respondió a sí mismo. Cuatro meses que se sentían una eternidad porque los había pasado separado de su hermoso omega de ojos grises. A veces ni siquiera podía entender cómo era capaz de soportarlo. En un par de ocasiones había estado a punto de dejarse vencer, pero solo hacía falta que recordara esa mirada tan caprichosa como dulce, esa piel pálida y esa boquita fruncida en un constante puchero, para que recobrara toda su determinación y su fuerza. No iba a descansar hasta tener de vuelta a su hermoso omega entre sus brazos.

Se estremeció por el frío y jadeó ruidosamente. Estaba literalmente desnudo en medio del bosque, bañándose con el agua helada de una cubeta detrás de unos arbustos, y no se había sentido tan bien desde que lo habían sacado arrastrando de la finca. También le habían dado un par de prendas de vestir, cepillo de dientes y unas botas que le quedaban un poco pequeñas pero que cumplían bien con su función de mantener sus pies resguardados del escarpado terreno. Incluso le habían dado calcetines. Hacía meses que no usaba unos calcetines. Él y Harry habían crecido rodeados de carencias durante casi toda su vida y eso le había ayudado a apreciar mucho más las pocas cosas que eran capaces de conseguir. A pesar de su infancia y juventud llena de privaciones, jamás se había sentido tan pobre y miserable como cuando esos alfas lo habían tratado como a un animal, casi a punto de arrebatarle su humanidad.

Pero ya no estaba ni en la mina ni en Andras y lo único que tenía que hacer era preocuparse en sanar, ayudar a las personas que le habían tendido la mano cuando más lo había necesitado y ser capaz de emprender el camino de regreso a su hogar.

Se lavó lo más concienzudamente que pudo aguantando las ráfagas de viento helado que se estrellaban contra su cuerpo y que, de hecho, al final de su baño, lo habían ayudado a secar su cuerpo ya que no contaba con una toalla. La verdad eso era lo de menos, cuando estuvo completamente aseado y cambiado con ropa limpia y seca, se sintió renovado y como si volviera poco a poco a la vida.

—¡¿Terminaste?! —El grito que se escuchó detrás de los arbustos lo hizo saltar un poco en su lugar. Se llevó la mano al pecho recuperando el aliento y se apresuró a recoger del suelo su pantalón viejo que dejó caer gracias al sobresalto. Se aseguraría de deshacerse de inmediato de esa prenda asquerosa. Trató de aplacarse el cabello húmedo con la mano y salió de su resguardo con la pequeña cubeta en la mano. La beta que lo había llevado a ver a Louis esa misma mañana, Zuri, estaba de pie frente a él, con los ojos muy abiertos y una expresión entre incrédula y horrorizada—. ¡Santo Dios!

El alfa volteó a su alrededor sin comprender el motivo de aquella reacción.

—¿Qué? ¿Qué es lo que sucede? —preguntó. La mujer no estaba viendo a ningún lugar, lo estaba viendo a él.

ANDRAS: En el corazón del infierno (Libro 2 saga CIUDADES MALDITAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora