CAPÍTULO XL: LA CASTA SOMETIDA

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"Entonces me dijo: verás cosas aun peores que estas"

Ezequiel 8:13

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Dejaron los tres camiones grandes a aproximadamente unos dos kilómetros de distancia de donde solían colocar el anillo de seguridad exterior de la finca. Se dividieron en diez grupos de quince soldados para poder abarcar una mayor área. Algunos de los grupos llevaban una camioneta para poder transportar heridos a los camiones. Los demás alfas y betas avanzaban a pie.

Rixton tenía la esperanza de que todas las personas que no habían podido llegar todavía a la base militar, se hubiesen escondido de forma segura bajo el resguardo de la espesura del bosque o en los alrededores de las montañas. Por eso regresaron en cuanto pudieron; para rescatar a quienes se habían quedado después del ataque de La Asamblea.

A pesar de que algo en su interior le repetía que no había sido su culpa, Rixton no podía dejar de sentirse responsable, porque sabía que de haber sacado a las personas al menos un día antes, la realidad en ese momento sería muy diferente. Al marcharse, y con la ausencia de Hellen, quien era la jefa de seguridad del equipo, Lucio y León le habían confiado a él la seguridad de la finca... Y él había fallado.

—¡Hay uno de nuestros camiones por allá! —gritó alguien a su derecha.

Yarik y él frenaron su camino y se apresuraron hacia donde el alfa señalaba.

En efecto, cuando llegaron a donde estaba el camión pudieron comprobar que se trataba de uno de los vehículos que ellos usaban para el transporte de materiales, pero que, durante el ataque, había sido usado para trasladar personas a la base. Evidentemente no había llegado a su destino.

La cabina del tráiler se había estrellado en el tronco de un gran árbol, y la caja en la que iban las personas se había desprendido de dicha cabina y estaba volcada sobre su costado izquierdo unos cuantos metros más allá. Yarik corrió hacia la puerta del copiloto, subió al escalón y abrió. Rixton lo vio llevarse una mano al rostro cuando miró hacia el interior. Bajó de la cabina y negó con la cabeza.

—Está muerto —dijo Yarik.

Y aunque era obvio que quien fuese el conductor estaría muerto, Rixton sintió una fuerte opresión en el pecho.

—¿Quién? ¿Quién es? —preguntó.

—Es Salazar —respondió Yarik.

El cuerpo entero se le heló en cuestión de segundos. Esquivó a Yarik y prácticamente se abalanzó a la cabina del tráiler. Cuando abrió la puerta vio a Salazar tumbado de costado sobre el asiento del copiloto. Del lado izquierdo de la cabeza, muy cerca del ojo, tenía un impacto de bala. Había sangre seca en su rostro y salpicada en el respaldo. Tenía otra herida en el brazo y una en el pecho. Había mucha sangre encharcada en el asiento de cuero.

Rixton conocía a Salazar desde que ambos eran un par de adolescentes llenos de sueños que deseaban cumplir a toda costa. Habían sido compañeros en la milicia y ambos habían sido aceptados como miembros de la guardia de La Asamblea cuando cumplieron veintidós años. Ese alfa había sido el primero en seguirlo cuando él decidió que servir a los líderes de ese gobierno podrido ya no era algo que pudiera o quisiera hacer.

Abandonaron juntos la guardia y fueron señalados como cobardes y traidores por muchos de sus compañeros. Salazar había sido uno de sus mejores amigos y una de las personas en las que más confiaba.

Por eso Rixton había mandado a sus sobrinas en ese camión.

Se bajó de la cabina y corrió hasta la caja del tráiler. Varios de sus hombres ya estaban ahí con las puertas abiertas de par en par y mirando hacia adentro con expresiones horrorizadas. A él le estaban temblando tanto las piernas que temía caer de rodillas en la tierra.

ANDRAS: En el corazón del infierno (Libro 2 saga CIUDADES MALDITAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora