🎰LA LEGENDARIA PERDEDORA🎲

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Era una hermosa mañana, y lo que lo arruinaba, eran las montañas de trabajo que me esperaban en la oficina del kage. De cierto modo, odiaba haber aceptado ser la quinta.

Era tormentoso y satisfactorio a la vez, saber que al menos yo, pude cumplir con el sueño de esos dos idiotas que amé tanto, la sonrisa amarga se me escapó sin permiso.

Cuando llegué y abrí la oficina, mis ojos rodaron en su órbita al corroborar la montaña de documentos que tenía que revisar. Me resigné y comencé mi trabajo deseando estar en mi cama o bebiendo sake caliente.

Como de costumbre, Shizune trajo mi té con bocadillos mientras realizaba los papeleos, tomé el dango y disfruté el dulce sabor en mi boca, pero, cuando dirigí mi mano derecha a tomar el té, el recipiente se rompió y el líquido se comenzó a derramar. Inmediatamente lo aparté del escritorio para no empapar los documentos, pero entonces, mi mirada se clavó en la grieta.

— Esto no es algo bueno, tengo un mal presentimiento — mis cejas se arrugaron y mi pecho se comprimía al grado de pausar mi respiración.

Deseché el té y salí de la oficina, necesitaba un poco de aire fresco, caminé por el pasillo a paso veloz, impaciente por salir de ahí y respirar libremente. 

Antes de dar vuelta en una esquina, mis voluptuosos pechos amortiguaron el golpe contra quién chocaba, elevé mi vista para encontrarme con el pervertido de mi amigo, fruncí el entrecejo cuando noté su evidente sonrojo y su mirada clavada en mis senos, su desvergonzada sonrisa me hizo enfadar aún más.

— Apártate — murmuré por la falta de aire, quería salir de ahí así que no mataría a ese degenerado. Lo empujé con el hombro sacándole la vuelta.

Él no dijo nada, solo hizo el movimiento al compás del mío, no pude ver su expresión, pero casi puedo "apostar" que notó que algo no iba bien.

Y estaba en lo correcto.

Cuando logré salir de la cumbre kage, caminé sin un rumbo fijo, solo avancé por dónde veía menos transeúntes. Pude respirar mejor, pero la sensación en mi pecho seguía, me acongojaba.

Detuve mi marcha, clavando la vista en el piso.

— ¡Aaagghh! — estiró los brazos y bostezó a mis espaldas — debe ser pesado el trabajo de hokage, ¿vamos por una copa?, yo invito.

Volteé a verle, y estaba ahí parado, con su típica sonrisa, posando sus manos a la cintura. No pude evitar sonreir. — Vamos.

Caminamos por la aldea, lado a lado, en silencio hasta llegar a la taberna más cerca. Ambos pedimos los tragos, pero ninguno se atrevió a decir nada.

Siempre supe que ese insolente y pervertido mocoso estuvo enamorado de mí, pero yo siempre ví a alguien más. También, siempre supe que él estaría ahí para mí sin importar lo que pasara, y así había sido todo este tiempo, Jirayia siempre estaba ahí, en silencio, cada vez que me derrumbaba o cada vez que algo no estaba bien conmigo, es como si el idiota tuviera un sensor que le avisaba que yo estaba mal. No hacía nada ni decía algo, mucho menos preguntaba, pero su sola presencia me bastaba. De cierto modo sentía lástima por él, por no poder corresponder a sus sentimientos.

En esta ocasión, no era yo la única que se sentía mal, sentí algo en él que no era común, tantos años de conocernos supongo tiene su efecto.

Bebimos en silencio, sin embriagarnos, hasta que él se levantó y dijo — Tengamos una cita. Ahora. 

Lo miré incrédula, arque una ceja — ¿Seguirás insistiendo? — suspiré —nunca te rindes — me puse de pie — esta bien, acepto.

Él me miró con el rabo del ojo, y su sonrojo me pareció tierno por primera vez en la vida, creí que debía aceptarlo una sola vez, darle esa oportunidad.

Los Cuentos de PinkuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora