Capítulo XIII

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Shoto se tuvo que recordar a sí mismo que solo llevaba asistiendo a aquella preparatoria un día y medio. Mientras se dirigía hacia la que sería su segunda comida en la cafetería de la UA, su pulso iba en aumento. ¿Encontraría su sitio todavía libre? ¿Habría hecho esperar demasiado a Momo? Sabía que, si quería demostrar que tenía un mínimo de educación, lo correcto sería ofrecer su conversación a los presentes. Debería romper forzosamente su silencio. Sentía la presión encima de él, amenazando con quebrar sus rodillas bajo su peso. Cada vez se sentía más aplastado, y la carga aumentaba con cada paso que le acercaba a la cafetería. ¿Cuántas personas habría sentadas a la mesa? Shoto hizo sus apuestas: probablemente otras tres. Sabía que Momo había comenzado a labrar una amistad con varias otras chicas de la clase. No sería de extrañar que un puñado de ellas estuviera en su misma mesa. Quizás estuviese incluso uno de sus camaradas masculinos; Kaminari parecía muy sociable y Minoru trataría de colarse en cualquier lugar donde hubiese mujeres jóvenes.

La puerta de la cafetería se alzaba frente a él, abierta de par en par. El flujo de estudiantes parecía no tener fin. Entraban y salían sin descanso. De manera muy poco oportuna, el estómago de Shoto decidió empezar a reclamar la comida que podía oler pero que le era negada por el momento. El primer paso más razonable sería ocupar un sitio en la fila de estudiantes deseosos de poner sus manos y todos sus sentidos sobre los manjares servidos. Desde la cola, Shoto tendría tiempo suficiente para localizar a Momo entre el vaivén de rostros confusos y saber exactamente a dónde dirigirse tras haber logrado su objetivo inicial, conseguir la comida.

Shoto ubicó el lugar donde ella estaba sentada casi al momento. Había pensado que le sería preciso un esfuerzo mayor para encontrarla, pero enseguida destacó entre el bloque uniformado al que se iban uniendo cada vez más alumnos de la UA recién llegados a la cafetería. Vio a Momo tan claramente como uno puede ver una última vela encendida en un candelabro dentro de una habitación oscura. El resto de gente que llenaba la cafetería no era más que un puñado de velas consumidas, apagadas, con la opacidad de su albino tronco de cera como única característica apenas destacable.

Rompiendo a tiempo su creciente embelesamiento, Shoto señaló con un afilado dedo el plato de su gusto. La encargada no entendió por qué aquel chico nunca decía lo que quería. Él supo que probablemente le estuviera criticando en su mente; quizá pensase que era un estúpido niño millonario que no pensaba dirigirle siquiera la palabra. Quién sabe. La verdad es que a Shoto no le importaba en absoluto lo que aquella mujer creyese sobre él.

Pese a su aparente mala educación, Shoto fue servido sin ninguna pregunta acerca de su comportamiento. Se separó de la barra cargando ahora con una bandeja y dispuesto a hacer frente a lo que quisiera que estuviera por venir. Diez años de silencio le habían separado de sus miedos mediante aquella barrera puramente imaginaria que él mismo había construido. Ahora era el momento de tirar abajo la gruesa pared y enfrentarse a lo que estaba al otro lado.

Llegó a la mesa sin percances. Depositó su bandeja con cierta cautela, esperando ser expulsado en cualquier momento. Había sido silencioso; tan silencioso que Momo no se percató de su presencia, perdida en sus propios pensamientos y dando la espalda a Shoto. Durante un angustioso momento, él pudo contemplar la mágica palidez de su cuello desnudo bajo el recogido alto que siempre llevaba al instituto. Shoto sabía que debía llamar su atención como cualquiera habría hecho. << Hola, ¿qué tal? Gracias por dejarme comer contigo >> quizá sería lo adecuado. Se estaba quedando sin respiración. Cada pequeño gesto inconsciente de aquella hechizante criatura hacía aumentar su desesperación. Ella se mordía el labio pensativamente, cruzaba y descruzaba los jóvenes tobillos bajo la mesa y apoyaba el rostro en la finísima y blanco mano, para después dejarla caer sobre la mesa sin sonido alguno. Tal vez el ruido de un tercero fuese lo que la hizo girar la cabeza finalmente. O tal vez fuese el sonido del tambor que ahora era el pobre corazón de Shoto, tocando su agobiante melodía dentro del pecho del joven muchacho.

Ella no se asombró de verle allí, rígido como el mármol e incómodamente de pie sin saber cómo proceder. Le invitó a sentarse con más dulzura de la que Shoto había imaginado. Él obedeció dócilmente. Empezaron a comer. Shoto se preguntó si no deberían esperar por el resto del grupo. Comprendió de repente – con una sensación parecida a la de un relámpago impactando sobre la tierra - que no había grupo al que esperar. Aquella comida era solo de ellos dos. Pese a que Momo le había dicho que comiese "con ellos", no había realmente un "ellos". Mejor dicho, probablemente sí lo había, pero había sido cancelado durante el día. Había sido eliminado durante unas horas para que el destino permitiese a Shoto gozar de un momento cerca de ella. No habría un momento mejor para hacerle comprender que su silencio no era fruto de unos modales pobres o una absoluta introversión. Pese a saber que nunca lograría volver a tener en sus manos una oportunidad así, Shoto no sabía cómo explicarle todo esto. Los inventados gestos que usaba en su casa para referirse a ciertas cosas cotidianas no le servirían ahora. Tenía que pensar en algo, y rápido.

- Todoroki, ¿en qué piensas? – preguntó Momo súbitamente -. Me has hecho entender que no eres verdaderamente mudo. ¿Qué te ocurre en realidad?

Por primera vez en toda su vida, alguien se preocupaba por su estado. Alguien se había tomado la molestia de mirarle y ver que algo en él no estaba bien. Que su pasado le ataba con pesadísimas cadenas a un futuro aparentemente inevitable. Nadie jamás – excepto quizá su hermana mayor – le había tratado de ayudar con amables palabras; habitualmente, solo obtenía miradas desaprobadoras o confusas y chismes de todo tipo por la espalda.

Aquella sensación, que ya era completamente nueva para él, se estiraba cada vez con más fuerza en algo aún mayor, una masa de sentimientos capaz de engullir todo sentido común que todavía habitase en la enamorada mente de Shoto Todoroki.

Estaba tardando demasiado en dar una respuesta. Era imposible explicar la historia completa con gestos inventados, y Shoto nunca se había tomado la molestia de aprender el lenguaje de signos. Su objetivo era no comunicarse, así que no habría tenido sentido. Momo mantenía la mirada fija en su hermoso rostro helado. Shoto no se atrevía a alejarla de la tabla de madera de la mesa. Aquí había terminado su única oportunidad.

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