Capítulo XXI

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Shoto regresó al punto de partida – su solitaria habitación – sin haber sido todavía capaz de creer lo que había conseguido. Su euforia rozaba en la locura; había obtenido la confirmación que necesitaba. Recordando y recreándose en el momento en cuestión, hallaba ahora sus palabras vergonzosas. Debería haber reflexionado más acerca de lo que quería decir, pero era consciente de que cualquier deliberación previa hubiese sido inútil; su entrecortado aliento solo habría alcanzado configurar una frase tan vaga e insulsa como la dicha. Por primera vez, Shoto no se planteó modificar sus recuerdos para olvidar la vergüenza. Quería recordarlo todo tal y como había acontecido, sin artificio alguno. Aceptó su propia estupidez como parte de la experiencia.

Ahora era momento de pensar en el futuro. Había tantas posibilidades que la mente de Shoto amenazó con obnubilarse. Comprendió que lo más efectivo sería dividir sus ideas en tres posibles vertientes:

En la primera, el resultado era aquel que ansiaba; en la segunda, la relación se estancaba en aquella cordialidad espiritual insoportable; y existía una trágica tercera posibilidad que Shoto prefirió no considerar aún. Malo sería el inicio si ya estuviera pensando en el final.

Inmerso en su esfera de irrealidad, Shoto olvidó que pronto llegaría el momento de la cena, que, aun siendo diario, no conseguía librarse de su latente incomodidad. Si pudiera haber evitado la interacción con Enji, aquel día habría sido el mejor en quince años de dolorosa existencia. Desafortunadamente, no todo podría ser rosa en aquella tarde, y Shoto fue llamado a compartir mesa con sus hermanos y supuesto padre, término que Shoto prefería emplear únicamente para referirse a la relación biológica que existía entre ellos.

Un par de palabras arrancadas con esfuerzo a su garganta no iban a hacer de Shoto un muchacho hablador para el resto de su vida. Durante la cena, mantuvo el mismo silencio que de costumbre. Natsuo y Fuyumi tampoco acostumbraban a hablar demasiado frente a Enji. Shoto no podía soportar aquella patética parodia de familia.

El padre seguía convencido de que Shoto ocultaba algo. Sabía que una avalancha se cernía sobre la vida de su hijo más joven, pero era plenamente consciente de que él nunca le confiaría sus fantasmas más oscuros, sobre todo porque parte de los espectros que le atormentaban habían sido invocados por el propio Enji. Él había hecho de Shoto un ser taciturno y despojado de vida, y nunca podría enmendar los errores que habían acabado con el sentido de su existencia.

Esta vez no trató de abordar a Shoto cuando el chico se levantó de la mesa y se retiró sin gesto alguno. Enji tan solo suplicó silenciosamente que, fuera lo que fuera lo que estuviera pasando en su mente, no terminase de destruir lo que él ya había roto.

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