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Tiene esa absurda necesidad de ansiar rebuscar entre un mogollón de significados en un diccionario anticuado plasmado en su mente que va en círculos. ¿Cómo puede describir el momento en el que sus manos sostuvieron las suyas cuando estuvo a nada de caer víctima de sus propios impulsos?

Son tan cálidas. También son enormes al rodear las suyas propias.

Sus cejas tupidas están frunciéndose debido a la fuerza aplicada para evitar que su cuerpo tenga una estrepitosa caída que sea el final de su vida. Un epílogo triste de una historia que terminó semanas atrás, cuando el único camino abierto a seguir era causarse a sí mismo una sobredosis con los somníferos de su madre, cuya presencia había sido agria esa misma tarde.

Jimin recuerda vagamente la última vez que alguien se angustió tanto por su salud. ¿Había sido su padre? No, él jamás. ¿Su hermana menor? Quizás.

El hombre, quien tiene la tez un poco más cálida de lo que está acostumbrado a ver, le sonríe entre su desmesurados intentos por elevarlo y sacarlo del peligro.

— No te voy a soltar, tranquilo. Dame tu otra mano —Le asegura cuando, a pesar de estar anonadado por el shock, grita por sentir que sus dedos van a resbalarse.

Cuando el alfa, que ha comenzado a irradiar feromonas suaves que tienen el único objetivo de tranquilizarle con su aroma a petricor en un día de diluvio, emplea todas sus fuerzas para que finalmente caiga en un golpe sordo sobre el cuerpo ajeno, finalmente puede escuchar de vuelta otra cosa que no sea su corazón corriendo en su pecho en una inútil búsqueda por escapar.

Jimin siente que sus mejillas se humedecen de pronto. No se ha percatado del momento en el que sus lágrimas se habían amontonado en sus cuencas hasta que están empapando la camisa del hombre cuya identidad desconoce.

— Ya estás a salvo, no voy a permitir que nada te suceda —Su mano acaricia la curvatura de su espalda y su respiración contra su oído apacigua su marea a desnivel.

Le reconforta cuando no puede detenerse, sobrepasado por los acontecimientos previos a su intento de acabar con todo.

Están ahí, por varios minutos, bajo la luz fría de la iluminación led en el pasillo desierto de un hospital para los que gozan de privilegios. Es el décimo piso y estuvo tentando a la muerte en el espiral de escaleras colgando, dependiendo de un par de brazos fuertes que ahora rodean su cintura.

— Mi nombre es Namjoon, Kim Namjoon. ¿Cómo te llamas?

Aunque quiere responder, sus labios se sellan en una línea fina. Sus mejillas se tiñen de carmesí cuando al elevar su mirada el tal Namjoon está tan cerca de su rostro que puede notar el aroma a café que sale de sus labios.

— Está bien, no tienes que responder. ¿Cuál es tu habitación?

Si pudiera instrumental la escena con una bella pieza de música clásica, la ideal sería "Gymnopédie No. 1" del amaestrado Erik Satie.

Jimin parpadea un par de veces. Su lengua repasa los bordes de sus labios gruesos y resecos mientras trata de volver sus pasos en su memoria para revivir el trío de números inscritos en la puerta de su habitación.

— Doscientos quince.

El alfa, quien tiene el cabello tan oscuro como la misma noche que consume ese domingo 16 de diciembre, lo levanta en brazos aunque el mismo castaño insiste en ir por su cuenta. Al final, resignado, cierra sus ojos conforme el sujeto uniformado se dirige hasta la última puerta en el pasillo a su izquierda.

Ahí, lo deja sobre su camilla, y entonces se encarga de llamar a una enfermera. Jimin está avergonzado, escondiéndose bajo sus sábanas, para cuando el hombre toma asiento tras cerrar la puerta muy despacio. A su lado es enorme. ¿Medirá un aproximado de un metro con ochenta o incluso más?

Hate Me (Kookmin).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora