Es un día gélido de diciembre; las manecillas del reloj marcan las veintidós horas. Park Jimin, con las manos y un bolso de marca sobre su cabeza en un vago intento por cubrirse de las gruesas y frías gotas de la fuerte tormenta, cruza velozmente su propio jardín en dirección a la puerta de entrada de su casa. Quizás no es tan veloz, pues aún así sus ropas quedan empapadas por la lluvia.
Al estar en el porche, sus manos entorpecidas por el frío buscan la llave de entrada entre su costoso bolso humedecido. Incluso su cartera se cae y su identificación sale volando, colándose entre una hendidura desgastada de la madera que pisan sus zapatos inundados.
Murmura una maldición incoherente, anotando mentalmente el recordatorio de buscar dicha tarjeta más tarde, demasiado concentrado en ponerse bajo la seguridad de su cálido hogar.
Al entrar, el aroma a petricor consiente sus fosas nasales, recordándole su luna de miel en una cabaña al medio del bosque. Con los altísimos pinos cubriendo el horizonte y la niebla en las mañanas. Estar alejados del mundo, simplemente dos almas recién enlazadas, aferrándose al amor mutuo y sincero.
El calor de sus pieles desnudas que destilan pasión al rozarse. Sus labios entreabiertos, murmurando notas melódicas de amor y deseo, como en una película romántica.
Sonríe producto de dichos recuerdos. Memorables y lejanos. Sin embargo, se obliga a salir de su ensoñación mientras se conduce a la cocina, en la que prepara una olla con la suficiente agua para cocer una bolsa de espaguetis.
— ¡Amor, he llegado! —Avisa lo suficientemente alto, sin obtener respuesta alguna.
Tararea una canción de pop de los ochentas mientras procura cortar la suficiente cantidad de cebolla, que luego procede a meter al agua. Así continúa con un diente de ajo y, cuando el agua empieza a hervir, vierte la bolsa de la espagueti, haciendo una mueca cuando uno que otro par cruje tras romperse.
— ¡Amor! —Vuelve a llamar, pero solo hay un estremecedor silencio que hela su sangre.
Sin embargo, al cabo de un largo minuto, escucha su ronca voz provenir desde su habitación: — ¡Enseguida voy, cielo!
Sonríe, sólo así reanudando su labor, cortando los vegetales, balanceando sus caderas al ritmo imaginario de una balada romántica. Espera que la cena logre recompensar las horas fuera, además de aportarle a su marido las suficientes calorías luego de su exhaustiva jornada de trabajo.
El tomate, aguado del lado que estuvo expuesto a la parte más helada del frigorífico —Cuya temperatura es irregular debido a una falla en su termostato— Moja la yema de sus dedos mientras lo corta en cuadritos desiguales.
Pero cuando está a nada de cortar el segundo, con una superficie roja llamativa y sin imperfecciones, un estruendo seco se escucha en el ruido superior que lo hace sobresaltar.
Inmediatamente piensa en su pareja, por lo que alza su voz una vez más en la noche, anticipando una respuesta positiva con la boca de su estómago haciéndose pequeña: — ¿Todo bien allá arriba?
Silencio.
Silencio cruel, instrumentado por las crudas gotas de la tormenta arremetiendo contra el único ventanal de la cocina.
Avanza un par de metros hasta que está a las faldas de su escalera, afianzando su nervioso agarre al barandal de caoba que sirve de protección. Su mano se aferra a la tela de algodón en su pecho, procurando que su voz no tiemble al volver a llamar la atención de su pareja.
— ¡Namjoon! ¿Está todo bien allá arriba?
Cuenta cinco escalones cuando entonces siente el dolor más horrible que habrá experimentado en sus cortos veintidós años de vida, justo en su pecho, donde su corazón late desbocado. Como si fueran miles de dagas atravesando su piel.
Su lobo aúlla desconsolado y él cae en un movimiento sordo cuando sus piernas le fallan, demasiado débiles para soportar su peso. Su respiración es errática y sus ojos se desbordan en lágrimas que caen en instantes, mojando su camiseta.
Pero más que detenerlo, se levanta y con las fuerzas que empiezan a desvanecerse de a poco, logra llegar al segundo piso, casi a rastras.
— ¡Namjoon! —Persiste, con el miedo picando su nuca en forma de frío sudor.
Al abrir la puerta de su recámara, todo es demasiado abrupto.
Su cuerpo cae cuando la escena frente a él desgarra su alma, en lo más profundo y recóndito de su ser. El aire se escapa de sus pulmones y suelta un alarido propio de una persona que acaba de ser atravesada por un arma ardiendo.
Una silueta que se difumina producto de sus lágrimas rompe la ventana y sale inmediatamente luego de transformarse, mas no le da importancia. Solamente llora a la par que sus rodillas se arrastran hasta que sus delgados brazos rodean el cuerpo de su pareja, sin importar que sus ropas absorban la sangre que brota a borbotones de una horrorosa herida en su estómago.
En desconsuelo, sus pequeñas manos acarician el rostro pálido del alfa, manchándolo de su hemoglobina. Buscando algún pequeño indicio de vida que le devuelva su oxígeno, pero no hay nada.
Nada.
Y entonces grita nuevamente, pero esta vez, está seguro de que habrá alertado a toda la cuadra.
— No, no, ¡No! Namjoon, vuelve —Murmura, con su voz empequeñecida— No me dejes, no lo hagas. D-Deja de jugar.
Sigue sin recibir respuesta. Los muertos no hablan.
Se aferra entonces a su cadaver, todavía tibio, y se balancea mientras canta en voz lastimeramente baja lo que alguna vez fue su canción preferida. Su rostro reposa entre la división de su cuello y hombro, de donde proviene el olor que impregnó sus colchas. Busca que su omega encuentre algo en lo que aferrarse, pero el aroma empieza a atenuarse y en su lugar hay uno más fuerte. Uno que le pica la nariz y revuelve el estómago. A café.
— Namjoon, prometiste que jamás me dejarías solo... ¡Despierta ya, hijo de puta!
Maldice, una y otra vez mientras la tormenta se agravia en el exterior. Incluso pierde la cuenta de las veces que ha repetido oraciones de negación antes de que alguien le tome por los hombros, tratando de separarle de su pareja.
— Jimin, ven conmigo —Susurra con extrema suavidad una voz a su lado, a quien reconoce como su vecino, quien habrá entrado a la fuerza luego de escuchar sus gritos.
Se separa de un manotazo, sin la menor intención de alejarse. Su mundo se derrumba y su corazón se hace añicos. Se ha ido.
Es hasta que sus párpados se sienten pesados y el mundo comienza a girar que suelta por primera vez el cuerpo del alfa, ya demasiado abrumado por la nube de sentimientos.
Y lo último que hace antes de caer inconsciente, es jurar encontrar al hijo de perra que le arrebató lo más preciado que tenía y hacerlo pagar. Sea como sea y a cualquier costo.

ESTÁS LEYENDO
Hate Me (Kookmin).
FanficSer un omega dentro de una sociedad que restringe los derechos a una educación y proceso laboral decentes a los de su jerarquía no es nada fácil. Jimin lo tuvo claro tras el asesinato de su alfa, miembro de la policía nacional. Se ve obligado a olv...