5.

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—Oh, ¿y qué estás haciendo tú aquí? ¿Tanto me extrañas que has tenido que venir a verme la cara que tanto me dijiste que no querías ver? Por cierto, es muy tarde y estoy cocinando para cuando venga mí esposo, si quieres puedes darte la vuelta e irte por donde viniste —y señaló por el caminito hasta donde ella había pasado. La mujer no le hizo caso y observó todo por dentro con un tanto de disgusto.

—Vengo porque tus hermanos dicen que te extrañan mucho y piensan que te han raptado desde el día de tu boda. Además, me da curiosidad cómo estás manejando un hogar, claro está.

—Lo de mis hermanos es comprensible, era yo su madre —se rió viendo su cara de enojo al decir esto—. Yo los cuidaba, yo jugaba con ellos mientras... ¿Qué hacías tú? Ah, claro. Cuidando a tu alfa. Es lo que dicta la naturaleza, ¿no? Cuidar a tu alfa es más importante que tus propios hijos. Espera, lo segundo no lo entiendo. Fui criado sólo para servir a mi esposo, así que no necesito que me vigiles como cuando estaba en tu cueva.

—Cuando tengas la marca vas a lograr comprender el punto de cuidar a tu alfa, mientras no la tengas, no veo qué puedes decir en contra. Además, siempre fuiste Anormal y hay que tener miedo, ni se sabe si algún día de estos matas a tu alfa.

—Puedo decir en contra una y mil veces el abandono al que sometes a tus hijos menores para andar detrás del alfa ese y no, no voy a matar a quien me ha sacado de ese pozo horrible de ustedes —dijo, silbando. Luego empezó a olfatear y con desagrado tuvo que dejarle la puerta abierta para que continuara. Ella llamó a los tres pequeños, quienes ya tenían más edad que antes y observaban con ojos iluminados la gran casa que estaba por delante. El muchacho se dirigió a la cocina, vigilando la comida que se estaba haciendo—. No me hagan desastre. Vengan acá.

Bajó el fuego de la estufa y se acercó a los pequeños no tan pequeños que ya no lo eran tanto. A pesar de todo lo ocurrido y el odio que les había tenido cuando apenas eran unos bebés, ya tenían cada uno catorce años, y eran muy obedientes pero siempre hacían desastre con todo. Sólo recordaba que cuando se ponían a jugar, la casa terminaba patas arriba. Les observó buscar otra silla, pero suspiró.

—No hay más sillas, YoonGi Hyung —se quejó uno, haciendo un puchero.

—No hemos comprado más. Vengan —abrió la nevera y los muchachos, que parecían una copia exacta de él pero más bajitos y delgados miraron con amor toda la comida que había—. Pueden coger de todo, menos este pudín que está acá, le gusta mucho a JeongGuk y se enojaría conmigo si se lo comen.

—Pero tú no te quedarías callado, YoonGi Hyung. Nunca lo haces —respondió el otro, sonriendo. YoonGi le observó con una sonrisa porque era cierto. Si JeongGuk venía con ganas de pelea, pelea le iba a dar él. No obstante el alfa siempre llegaba muy callado y sólo le hablaba de cómo le había ido su día y luego de eso se bañaba y dormía, así que no había mucho de lo que pelear con él a menos que quisiera.

—No, no lo hago, pero hasta ahora no hemos peleado mucho.

Cuando alzó la mirada se percató del silencio que había en toda la casa. Se alejó de los muchachos, quienes ahora le perseguían con la mirada por no saber qué estaba pensando. Apagó la olla que contenía la comida, y siendo sigiloso se acercó a paso lento hasta la salida de la cocina. No notó a su madre en ningún lugar, y sonrió porque eso le daba más ganas de echarla de su casa. Por fin tenía algo suyo donde podía jactarse de sacarla a patadas. Luego se acercó de nuevo a los muchachos y miró a uno en específico.

—Bae, sé que eres inteligente y sabes bien que tu madre no me cae del todo —susurró, y Bae asintió, todos en su casa lo sabían—. Mi cuarto está en el segundo piso, a mano izquierda. Vas a buscar mi celular como excusa para encontrar a tu madre y decirme lo que está haciendo. ¿Entiendes?

Anormal [KookGi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora