Desde que era una chiquilla que vivía con los dedos en la boca, mi nana me ha dicho que las cosas hechas con amor y sudor son las mejores. No logré entender lo que eso significaba, ya que a nadie le gusta que un regalo tenga una gota de sudor chorreando, pero ahora todo se me ha aclarado. Horas, intentos y lágrimas de frustración después de empezar con las galletas navideñas para mi boxeador, mi mente ha captado que es el esfuerzo es todo.
Suelto un gruñido al ver que las formitas de masa todavía no se han cocido. Llevo horas hincada en el frío y húmedo piso de la cocina del café, frente al maldito horno que no calienta bien. Lo que me saca de casillas es el hecho que todo el día el hijo de puta funcionó perfecto, pero ahora, siendo el único segundo en el que puedo hornear las galletas de mi novio, se cansa el idiota.
-¿Ya terminaste con el horno?-Me sobresalto al sentir el masticar de la rubia, que dice ser mi compañera de trabajo aunque no hace nada, en el oído.
-¡No! -Respiro profundamente, tratando de no matar a la chica con un maní como cerebro.
-No hay que ser tan grosera ¡Necesito el jodido horno!-Su voz chillona me trepana los tímpanos, causando que me separe de ella, alejándome de la maldita máquina.
-¡¿Tengo cara de que me importa?! ¡Hoy es navidad y parte del regalo de mi novio está en el horno! ¡Tengo que dárselo!-Grito en histeria, ya harta de que venga cada dos por tres a querer ocupar el horno.
-No me importa, ¡Quiero usarlo ya!-Exclama como niña de cinco años sin chupeta de fresa. Este es un vivo ejemplo de un hogar que no proporciona educación a sus hijos. Ni siquiera comprendo que hace ella aquí si comenta todo el día, con demostración incluida, lo ricos que son sus padres, quienes le compran lo que desee la princesa.
-¡Jésus! Elena me dio permiso para ocuparlo al terminar mis labores ¡Te jodes!-Un timbre suena, indicando que mis galletas están listas, liberandome de este tormento rubio. Pongo un guante en mi mano derecha y abro el horno para coger la bandeja caliente y sacarla.
-¡La puta que te pario!-La maldición se me sale al mi mano tocar la bandeja hirviente, debido a ser empujada por la niña encerrada en un cuerpo de veinte años. Dejo la cosa de metal maldito encima de una mesa, permitiendome quitar el guante para examinar la quemadura doliente. La piel, empezando a hincharse, luce un color rojo intenso junto a unos puntos cafés y blancos. Creo que no está bien.
-¡Ups! Eso debe doler, que pena.-La idiota dice con una sonrisa en la boca. Reuniendo todo la fuerza de voluntad posible, meto las galletas en una bolsita de tela roja para después salir de la cocina sacandole el dedo del medio. Sí, poco muy maduro, pero no, no me arrepiento.
Paso por la cafetera para llegar a la nevera, de donde saco un cubito de hielo, poniéndolo en la mano herida. Una oleada de alivio y frescura me invade al parar la sensación de quemarse.
-¡Nyxi! ¡Por fin te encuentro!-Me volteo hacia la voz, observando a mi hermano con el suéter navideño que le regalé y su típica sonrisa. No me sorprende que haya llegado, ya que, al saber que ambos tenemos con quién pasar la navidad, acordamos en vernos por la noche para desearnos una feliz fiesta. Sé que podríamos hacerlo por teléfono, pero no es lo mismo. No luego de pasar más de quince navidades juntos.
-Hola, Polo ¿Qué tal tu día?-Camino hacia la oficina principal, sabiendo que Apolo me sigue. Abro la puerta y contemplo la oficina, decorada con santas de peluches y mochilas de los trabajadores que Elena soporta, los cuales son cuatro.
-Bien, los niños están entendiendo las tutorías. Una semana después, pero tampoco hago milagros.-
Una risa se me escapa como respuesta. Todavía no entra en mi cabeza que no se ha dado por vencido, tiene más paciencia de la que creía. Yo me canso de venir aquí, a sabiendas de que solo hago café barato, galletas y, a veces, atiendo en la caja. No voy a decir que es difícil, pero los horarios son una verga, teniendo que entrar a las ocho de la mañana para salir a las diez u once de la noche. Hoy, siendo un día festivo, nos hicieron trabajar, terminamos a las nueve, pero igual son arduas horas de sufrimiento.
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Mi Caos Ruso
Teen FictionMi nombre es Nyx Evans, mi vida se volvió una rutina monótona sin emociones hace años, todos los días las mismas sonrisas falsas en casa, los padres perfectos que sonríen para las cámaras, las mismas caras artificiales a donde vaya y la relación "p...