Capítulo 54 Parte 2

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Nunca me he considerado esclava del tiempo. Desde que tengo memoria, estar unos minutos, incluso más de media hora, tarde no me ha molestado, convirtiéndose esto en algo característico de mi persona. Digo, aparte de la mirada enojada que me lanzaba la perra hipocrita de mi madre, no tenía que preocuparme. No daña a nadie, ¿verdad?

Eres tan ingenua, Nyx Evans...

Debido a mi gran estupidez, después de ir a por la comida de esta noche, opte por salir al parque en vez de hacerle caso a mi inteligente novio, quien insistió en volver a la casa y arreglarnos. Mi pequeño cerebro solo me decía que habría suficiente tiempo para todo, pero fui tan estúpida. Al final, tuvimos que salir corriendo al edificio sin pastel alguno, donde nos encontramos actualmente, subiendo las escaleras como si nuestra vida dependiera de eso.

-¡Jésus! Dame un segundo, boxeador. Siento que voy a desmayarme.-Mi respiración es agitada, haciendo que las palabras salgan entre alientos pesados. Apoyándome contra la pared, respiro profundamente, intentando recobrar el oxígeno y parar el mareo. Abro mi chaqueta, maldiciendome por no haber consumido nada más que un té en la tarde.

-¿Qué pasa, Campanita? ¿Estás bien?-Mi boxeador, que no tiene ni una gota de sudor en el cuerpo, baja los múltiples escalones que me lleva de ventaja, situándose a mi lado, confundido.

-Sí, solo...azúcar baja...las gradas...un segundo.-Digo, sonriéndole mientras me sonrojo al pensar en lo chistoso que le debe parecer ver a su novia muriendo por una idiotez.

-¿Necesitas algo? ¿Llamo a una ambulancia?-Niego con la cabeza, indicando con los dedos que estoy bien, queriendo eliminar la inquietud de su voz. Xavier me mira con los ojos entrecerrados, asumiendo que es mentira, probablemente por mi estado.

-No moriré...por pésima condición física y un bajón de azúcar, pero sí...por llegar tarde a la casa de Elena.-Hago ademán de subir otro escalón, pero mis piernas temblorosas fallan, no cayendo al suelo gracias a los brazos de mi boxeador, quien me carga inmediatamente, tomándome por sorpresa.

-Te dije que comieras, Campanita. Debí haber insistido más, joder.-Murmura, continuando el camino al apartamento sin hacer mayor esfuerzo. Al llegar, hurga entre el bolsillo de mi pantalón, sacando las llaves para abrir la puerta. Antes de poder bajarme, dejo un pequeño beso en su cuello, murmurando gracias.

-Última vez que te saltas una comida, preciosa.-Dice, tomando mi rostro entre sus manos, preocupación escrita en su rostro. Sonriendo cálidamente, presiono mis labios sobre la punta de su nariz, amando su reacción.

-Lo prometo, guapo.-Me separo al ver que se calma, quitando mis zapatos y pesada chamarra, colocándolas en sus correspondientes lugares para luego ayudar a Xav. Tratando de ayudar, tomo su chaqueta, pero se me resbala de las manos inmediatamente debido al peso. Xav, riendo, se agacha a recogerla y ponerla junto a la mía.

-¡Demonios! ¿Eso cuánto pesa? ¿No te duelen los hombros?-Pregunto, caminando tras él, quien me guia a la cocina. Mirándome de reojo, abre la refrigeradora, sacando la leche y un pastel de pasas que nos hizo Gabriel. Llena un vaso con el líquido blanco y posa una rebanada del postre sobre un plato. Le observo guardar todo al tiempo que me paro cerca de la mesa, sentándome a medias sobre esta.

-No, ya me acostumbre. Come, Campanita.-Tomo los alimentos, poniendo un poco en mi boca, complaciendolo y descubriendo que sí tenía hambre, y mucha. No pensé que mis tripas se estaban comiendo mutuamente por falta de materia comestible, por lo que devoro todo en cuestión de cinco minutos.

-Supongo que estaba bueno.-Xav dice, sonriendo con diversión mientras tomo la leche. Se reclina sobre la refrigeradora, con los brazos cruzados.-No dijiste ni una palabra, Campanita.-

Mi Caos RusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora