16. Una cita misteriosa.

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Tirada en mi cama, boca arriba, mirando el blanco techo, mis brazos estirados a mis costados y mis piernas abiertas formando una v. Han pasado 3 días desde que nos confesamos con Thomas, las cosas que quería decir, salieron como si nada, me siento bien con él. Todas las noches nos quedamos hablando, hoy será nuestra primera cita y no me dijo dónde iremos.

Escucho tres golpes en la puerta de mi habitación y por el fuerte ruido que provocaron, deduzco que es Ben.

– Entra –me siento en mi cama, para darle espacio a él.

Vuelvo a recostarme en mi anterior posición, ya que decidió sentarse en la silla de mi escritorio.

– ¿Qué ocurre? –le pregunto confundida, siempre que se sienta en la silla es porque está enojado.

– No me dijiste –murmuró como niño pequeño enfadado.

– ¿De qué hablas?

– Anderson. Se que son novios y no me dijiste. Yo te cuento todo –dijo con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados.

– No somos novios, solo le dije que siento algo por él. –ruedo los ojos, restándole importancia. Pero cada vez que lo digo, me emociono– ¿ Quién te dijo que lo éramos?

– Keyla vino a buscarte ayer y me contó.

– ¡Dios! Está loca. –suelto una sonora carcajada.

– Aún así, me ocultaste que estabas enamorada de él, era obvio que él de ti, pero no sabía que tu corazón había logrado abrirse. –se acercó, se acomodó a mi lado y juntos contemplamos el techo.

Me encantan nuestros momentos de hermano y hermana. Hubiera sido genial nacer juntos, un Spencer hombre.

– Olvide preguntar qué pasó con Sam. –digo, recordando a la linda rubia.

– Estamos bien, más que bien, creo que le pediré que sea mi novia. –suena esperanzado.

Me levanto rápidamente y quedo sentada en la cama, con las piernas colgando de ella.

– Eso es genial –le doy un leve golpe en el hombro– Luego me cuentas que dice, pero ahora ya vete –le hago señas con la mano para que vaya a la puerta– ¡Shu! Ya levántate.

Me saca la lengua y se va, cerrando la puerta.

•••

Este día ah estado con viento frío, decido ponerme jeans, una sudadera celeste y unos tenis blancos.

Thomas pasa por mi a la hora acordada, nos saludamos con un beso en la mejilla y ambos tenemos esa típica cara de amo la vida y amo a todos, en resumen, cara de idiota enamorado.

– ¿Dónde iremos? –pregunto por décima vez. No quiere decirme– Te daré un beso si me dices.

– Aunque eso suene tentador –me mira un segundo y luego vuelve a mirar al frente– No te diré.

Dejo escapar una carcajada.

– Eres tan malo –digo bromeando.

– Así te gusto –lo veo sonreír.

– Así me gustas, Anderson.

Se detuvo en un restaurant de comida rápida y ordenamos hamburguesas para llevar. Seguía sin decirme qué haríamos, y tampoco me dejaba comer.

Dejó el coche en una zona descampada, todo era pasto. No entiendo nada.

– ¿No bajarás? –preguntó y me miró con una sonrisa.

Alérgica a ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora